Por Rogelio Rivera Melo.
"No hay viento favorable para aquellos que no saben a dónde se dirigen". Séneca.
Cada mañana, se emprende un nuevo trayecto, día a día. Se revalora la situación. Se ajusta el velamen y el timón. Se soportan calmas chichas y se encaran tempestades. Cada crepúsculo, sin excepción, se inicia la jornada con la promesa autoevocada de una sutil recompensa y un triunfo ligero. Cada mañana hay una promesa para que, al finalizar el día, se esté más cerca del destino propuesto.
"¡Tierra a la vista!" Al fin se ha llegado. Termina la primera parte de la travesía. Se abandonan las naves. Se les prende fuego si es necesario. Y de pronto, como revelación ominosa, uno descubre que el viaje no termina al llegar a la costa. Que el camino que inicia, justo después del desembarco, se adentra en terra ignota.
Supongo que adelante habrá tigres, comprendo que aguardan momentos desesperados. Sospecho que no habrá descanso. Pero sé bien, también, que los tigres y las dificultades y las fatigas comienzan a devorar a los viajeros dentro de la mente, aún sin haber dado un solo paso. Porque las peores batallas deben ganarse en el territorio personal.
Uno no puede salir a explorar el mundo sin antes montar una expedición a lo más profundo del alma.
Las travesías más trascendentales deben iniciar con una visita al Interior.
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Este texto fue escrito en el marco del reto de Escritura Creativa del Reto del Mes: Septiembre.