Hay que ser muy valiente para emigrar.

Decenas de inmigrantes centroamericanos en «La Bestia» viajan hacia E.U.A. (Reuters)
No cualquiera se atreve a salir de su zona de confort, para emprender rumbo hacia lo desconocido.
Durante los años 60s y los años 70s, la migración entre los Estados Unidos y México, era cíclica.
Los migrantes que provenían de las áreas rurales fronterizas en México, se trasladaban a los Estados Unidos para trabajar durante unos meses y cuando terminaba «la temporada» regresaban a casa con sus familias.
Económicamente, esta dinámica era funcional. Los riesgos que implicaban el cruce ilegal de la frontera eran, básicamente, nulos. Si eras arrestado, te devolvían al país de origen. Pero el flujo de migrantes hacia y desde los Estados Unidos se mantenía constante. Con ese movimiento se beneficiaban ambos países: uno obtenía mano de obra y otro, una fuente de ingresos que revolucionaba la economía local. Todos ganaban.
A principios de la década de 1970, la frontera entre ambos países se militarizó. Esta política, implementada por Leonard Chapman, ex comandante del Cuerpo de Marines de los E.U.A., fue una medida para profesionalizar la tarea de los encargados de vigilar y monitorear la migración. Así fue como comenzó la infame historia de la Patrulla Fronteriza y sus abusos en contra de los migrantes.
Esta conducta, que fue volviéndose cada vez más agresiva, ralentizó la posibilidad de que los migrantes fueran y vinieran con tranquilidad. El cruce fronterizo se volvió más peligroso y la frontera menos porosa. Con estas medidas, los migrantes empezaron a buscar lugares «más seguros» para cruzar: el desierto, principalmente. Así empezaron a morir durante el cruce.
Con las nuevas políticas migratorias implementadas, los migrantes cíclicos dejaron de serlo. Los que se iban (y lograban llegar) ya no regresaban. Preferían quedarse en los E.U. para mandar los dólares que ganaban a sus familias en México.
Los «mojados» se quedaron. Unos comenzaron a tener familias «en el otro lado«. Otros esperaban a sus familiares en el otro lado de la frontera. Y el balance comenzó a cambiar. Pero aún seguían siendo «ilegales». Perseguidos y encarcelados. Viviendo a escondidas, maltratados por las autoridades, por los patrones y por los ciudadanos estadounidenses. Humanos de segunda en un país de primera.
Las migraciones no son un problema actual. Los humanos se mueven de un lugar a otro desde el inicio de los tiempos. Los «muros» – físicos y retóricos – hicieron que la migración se percibiera como un crimen, cuando el verdadero crimen es el nacionalismo recalcitrante que utiliza la demagogia para evitar el bienestar de otro ser humano.
Hoy en día, ciudadanos de todo el mundo tienen que migrar. Por cuestiones de seguridad, por la situación política y social de su país, por la guerra, por la necesidad y la promesa de un mejor futuro.
La historia nos ha demostrado que, dadas las circunstancias, cualquier persona puede ser migrante, incluso aquellas que hoy cuentan con educación, con una economía sólida, con un trasfondo social con parámetros altos. Tú o yo.
Las migraciones no se van a detener. ¿Cuál es tu postura ante ellas? Piénsalo.
Veremos.
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Texto por Rogelio Rivera Melo.
Fotografía por Reuters
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