Por Rogelio Rivera Melo.
«… muy pocos hombres han resultado tan tolerantes como presumen.»
«Me considero la persona más tolerante», dijo Zamudio.
«No me digas», respondió Nefastófeles, con una mueca de sorna.
«Oh, sí. Yo tolero a quienes tienen relaciones con otros de su propio sexo», remato Zamudio». «Tolero, claro está, a los que piensan distinto, los que votan por otro candidato y a las mujeres que deciden abortar».
«No cabe duda de que eres un ser humano henchido de tolerancia Zamudio», sonrió con malicia el cínico. «Pero puedo demostrarte que quizá no lo seas tanto».
«Oh. Supongo que hay cosas que serían una prueba de tolerancia, como un forúnculo en el trasero o la infidelidad de la esposa», musitó pensativo Zamudio. «Pero toda mi vida se basa en el ejercicio consciente de la templanza y la paz. Un ser humano tolerante es la imagen del propio Dios en los cielos».
«Brindo por tu gran tolerancia, Zamudio», dijo Nefastófeles, ofreciendo la copa al primero. Aquél la vacío de un trago. No alcanzó, siquiera, a depositarla de vuelta en la mesa. Cayó muerto sobre ella.
«Hasta ahora, muy pocos hombres han resultado tan tolerantes como presumen», reflexionó Nefastófeles. «Sobre todo cuando lo único que se requiere es la tolerancia al cianuro».
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Este texto fue escrito en el marco del reto de Escritura Creativa del Reto del Mes: Septiembre.