Por Rogelio Rivera Melo.
Hay que encontrar un punto óptimo para observar los destellos que iluminan el cielo nocturno. Deambular de azotea en azotea, de ventana en ventana, hasta que se logra apreciar las explosiones de colores que son el reflejo celestial de los festejos multitudinarios que se viven a ras del suelo. Cuando se tiene un observatorio adecuado basta con echar a andar la imaginación: enormes puercoespines verdes y majestuosas medusas anaranjadas pelean durante un breve instante por un espacio mientras se materializan en la bóveda celeste. El olor a pólvora llena la noche, como si se esparciera a los cuatro vientos una especia picante traída de la China. La oscuridad deja de ser ama y señora, abriéndole paso a la iluminación multicolor. La fiesta y la celebración ocupan el vacío llenándolo con brillos artificiales, fuegos que alumbran como si se lanzaran al aire puñados de luz. Así es mi México durante la noche del 15 de septiembre.
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