Por Rogelio Rivera Melo.
«La exuberancia es belleza».
William Blake

Piedra Volada, Barrancas del Cobre, Chihuahua, México.
Exuberancia.
Cada mañana, al abrir los ojos, sabía que no habría alegrías. Aunque reconocía que su repertorio de tragedias personales era amplío, quizá, si tenía suerte, conocería alguna pena nueva.
«Otro día más…», pensaba, al tiempo que trataba de enfocar, luchando por abrirse paso entre las legañas pegajosas que obstruían su visión.
Siempre le había parecido un desperdicio despertar para mirar el cielo raso carcomido por la humedad que se filtra como la depresión. Observaba las manchas en el techo, casi tan grandes como las de su sábana raída. Casi.
Levantar su cuerpo, poco a poco, de la cama exigía un esfuerzo doloroso en cada uno de sus tendones, requeridos por la increíble labor de volver a empezar cada mañana. Una resurrección obligada después de no haber recibido, durante el sueño, la muerte deseada.
Encendía la bombilla desnuda. La luz, ictérica, medio alumbraba esa vieja postal pegada al espejo con cinta de aislar negra. Y, al mirarla, su mundo se iluminaba por tres segundos.
«Piedra Volada, Barrancas del Cobre, Chihuahua, México».
Algún día abriría los ojos, cubriéndose del brillante resplandor del sol, para ver – en vivo y en directo – la maravilla que se le presentaba en esa desgastada fotografía, enviada por quién sabe quién, desde un recóndito paraje chihuahuense.
Como todos los días, musitaba «ahí estaré».
Y con esa, su promesa diaria, se alistaba para volver a lanzarse al ruedo de la vida cotidiana.
La plenitud extraordinaria no se encuentra en la abundancia. La exuberancia también se halla en la escasez.
Este texto fue escrito en el marco del reto de Escritura Creativa del Reto del Mes: Septiembre.
Día 1. Fluidez.