Por Rogelio Rivera Melo.
Los antiguos chamanes tenían una oración tradicional para enseñar a dejar ir.
Hay cosas, hijo mío, que no pueden sostenerse a tu lado. Como el cuervo que no entiende de jaulas o el agua del río que siempre está en movimiento. Habrá momentos en que el cuervo hambriento decida permanecer a tu lado o el río se congele en el invierno y su caudal se quede en tus parajes. Pero al saciar su apetito y al terminar el invierno, el ave y el río continuarán su camino. Quizá para no volver. Ahí, hija mía, cuando eso suceda y aquello que amas avance en un sentido que sea diferente al tuyo, no permitas que tu vista se nuble con lágrimas o que la voz se quiebre al salir de tu boca. Hija, hijo, aprendan que el río y el cuervo tienen vida propia y tomarán su camino a su debido tiempo. Cuando el momento llegue de decir adiós, despide cordialmente a aquellos que se marchan. Sin remordimientos ni rencores, sin apegos malsanos ni pensamientos de tristeza. La vida sigue, nada permanece. El camino es amplio. Y uno nunca sabe cuándo llegará el momento de tu propia partida.
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Este texto fue escrito en el marco del reto de Escritura Creativa del Reto del Mes: Septiembre.