Por Rogelio Rivera Melo.
Despierta en domingo. No sabe – y francamente no quiere saber – lo que le deparará el día. Toma un baño y desayuna a medias. Recibe una invitación para ir a un concierto. No tiene idea de lo que se trate. Dice que sí. Llega al Palacio de Bellas Artes justo a tiempo para asistir a una conferencia sobre el programa de hoy. Escucha. Reflexiona. Aprende. Le presentan al director de la Orquesta Sinfónica Nacional. Se toman una foto juntos. Entra a la sala de conciertos. Escucha tres obras que nunca se habían presentado en el país. Piensa que los conciertos de música clásica deberían ser obligatorios para mejorar el entendimiento entre las personas: uno aprende a escuchar en silencio. Escucha el impresionante solo de un renombrado violinista de China. Se conmueve por la interpretación de una sinfonía multipremiada de un músico que aún compone. Disfruta la compañía de quien ama. Comprende lo afortunado que se es. Que hay cosas para las que uno no puede estar preparado. Para las que no hay preparación posible. Un domingo increíble, por ejemplo.
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Este texto fue escrito en el marco del reto de Escritura Creativa del Reto del Mes: Septiembre.