Por Rogelio Rivera Melo.
“Cuando deja de fluir el agua, no importa que fluya el petróleo. Cuando fluye la sangre, la gente se harta”.

Sequía.
Fluidez.
“Cuando deja de fluir el agua, no importa que fluya el petróleo. Cuando fluye la sangre, la gente se harta”. Recuerden esa frase.
Dicen que la justicia es como el agua. Podrá haber escasez de muchas cosas – comida, bienes, dinero, amor – y uno se aguanta, pero todo final siempre comienza con la sequía.
Allá dejaron de fluir los ríos y los arroyos. Dejó de gotear la llave del grifo. Se vaciaron las presas, los tinacos. Aunque hubiera pozos con agua, rellenar en ellos los cubos y los baldes, acarrear el líquido en palanganas, no bastaría para mitigar la sed de millones de personas. Y finalmente, también éstos se secarían.
“Algo se tiene que hacer”, pensaron los dirigentes estadounidenses. Porque cuando se detiene el flujo de agua, no importa que corra la sangre. Hay que salir a buscar qué beber.
Acá dejó de haber justicia. Dejó de haber ley. Se llenaron las cárceles, se inundaron los panteones, se llenaron unos bolsillos y se vaciaron otros hasta el tuétano.
«Algo deberíamos hacer», pensaron los políticos mexicanos. Porque cuando se detiene el flujo de justicia, no importa que galope la muerte. Siempre se puede robar más.
Dicen que no hay peor sorpresa que la generada por la ceguera. Y no hay peor ceguera que la de aquellos que no quieren ver. Pero ya hay anuncios, augurios. Y no son difíciles de identificar. Es sólo que no queremos verlos.
La estrategia militar siempre va acompañada de una estrategia política. Una guerra no puede pelearse sin el apoyo de la gente. Y para eso, estos tipos se pintan solos. Siempre han logrado engatusar a sus ciudadanos con el lema de “Libertad y Democracia” para que se enrolen a combatir en los lugares más recónditos y desgraciados de la tierra. Si hay sed, la libertad y la democracia pasan a un segundo término.
El partido republicano de los estados unidos de América siempre se ha caracterizado por sus astucias políticas encaminadas a la guerra. Son conocidos como “los halcones”. Piénsenlo. Engañaron al mundo para invadir a Irak con la sombra de la amenaza de las armas químicas, una que resultó tan vacía como los propios bunkers iraquíes.
Hay malos auspicios: el candidato actual se ha pasado más de un año vendiendo la idea de “Volver a Engrandecer a América”. Nadie se ha preguntado la manera en la que lo hará. Y él no ha querido explicarlo.
El candidato ha dicho que obligará a los mexicanos a levantar un muro en la frontera entre los dos países. Y ha dicho que hará que paguen por ello.
El partido gobernante de los estados unidos mexicanos nunca ha tenido buena fama entre sus súbditos. Escuchando al candidato estadounidense los dirigentes mexicanos, en lugar de tomarlo en serio, dicen “¡Que imbécil! Si ya hay un muro en nuestra frontera. Acaso quiera hacerlo más alto”.
Lo vuelvo a escribir. No sea que se olvide tan pronto: No hay peor ceguera que aquella de los que no quieren ver. No estamos acostumbrados a observar las señales. «Los gringos son buena gente», nos repetimos.
El nuevo muro no será en la vieja frontera. El candidato buscará recorrerla hacia el sur. Hacia donde fluye el agua. Hacia donde fluye la sangre. Desde donde fluye la droga. Hacia donde no hay un gobierno, ni un ejército ni un pueblo que le pueda hacer frente ni decir que no. Hacia donde no hay justicia que pueda detenerlo.
Piénsenlo.
El plan militar exige asegurar los recursos acuíferos ubicados justo al sur de la frontera: Los ríos del norte de México. Hay más de cuarenta de ellos. El terreno en esa área es, en su mayoría, desértico como el de Irak. También hay grandes extensiones de tierra montañosas, justo como las del sur de Afganistán.
Las fuerzas armadas de Estados Unidos llevan más de dos décadas luchando en lugares similares. Tienen la experiencia necesaria. Cuentan con un ejército que ha sido capacitado para ello, que ha luchado por cosas más vanas y que ahora se encuentra “desempleado”. Después de la retirada del grueso de sus tropas en los países de medio oriente, la mayoría de sus tropas de combate están en su territorio. Muy conveniente.
Y lo más importante, para ellos, es que cuentan con la sorpresa. Al final del día, eso es lo que importa, militarmente hablando.
“Eso nunca va a pasar”, dirán algunos. “El hombre nunca será candidato”, dijeron otros. Hoy están mudos de sorpresa. Nunca hay que subestimar el poder que tiene un hombre blanco que arenga a un país de blancos con un discurso patriótico que promete incrementar su territorio, sus recursos, sus riquezas, mientras blande un gran garrote amenazando a los que no son blancos. Nunca subestimen el poder de las grandes empresas que mercan con las armas, con los aviones, con los fármacos, con la muerte.
Hoy mismo, una gran parte de la población de los Estados Unidos reconoce la Doctrina Monroe como el slogan nacional en la política internacional. “Abandonamos América a su suerte”, dicen algunos. Dejamos que los Castros, los Chávez, los Maduros, los Lulas, los Evos, los Peñas tomaran el control. Y miren a dónde han llegado. Invertimos el dinero para controlar la fluidez del petróleo. Y lo logramos. “Es tiempo de volver a engrandecer a América”, dicen hoy.
“América es para los americanos”, dijo Monroe. Se refería a América, el continente. No hablaba de América, el país.
Hace 170 años, los halcones de Polk esgrimieron esa misma consigna. Y se lanzaron a engrandecer América – el país. Lo lograron. A costa de los mexicanos que, debido a las pugnas internas entre sus diferentes facciones políticas – algo que nunca hemos logrado erradicar en este país – no opusieron la resistencia debida. Hubo quienes incluso estuvieron de acuerdo con que las tropas estadounidenses llegaran hasta la misma capital de México. Su avance fluyó y la tela estampada con las “Barras y las Estrellas” ondeó en el palacio nacional.
El ejército mexicano de 1846 era uno formidable, al menos en el papel. Estaba entrenado para la guerra, había luchado y vencido a los españoles. Había un sistema de leva de reclutas muy eficaz: todos los hombres eran soldados.
Hoy, en 2016, las fuerzas militares de México, aunque imponentes en su propio entorno, están constreñidas y condicionadas. Durante los últimos doce años han descuidado el entrenamiento en contra de enemigos militares – su verdadera función- y han sido empleados en labores de policía de élite en la llamada “guerra contra el narcotráfico”.
Cuando terminó la guerra, en 1847, el territorio de Estados Unidos se duplicó- a expensas del arrebatado a México. Y el perdedor hubo de pagar a nuestros vecinos una indemnización por el costo total de la guerra.
Si en esa época hubiésemos preguntado a los habitantes de los entonces territorios de Alta California y Nuevo México, si hubieran preferido mantenerse con el México de Santa Anna o aprender un nuevo himno nacional y respetar una nueva constitución, ¿cuál hubiera sido la respuesta?.
Pregunten, hoy, a los habitantes de los estados del norte de México qué es lo que prefieren: anexarse a los Estados Unidos de América o mantenerse en un país en el que no hay ley que valga, gobierno que gobierne o político que no robe. ¿Se sorprenderían con la respuesta?
Quizá los propios mexicanos sí paguen un nuevo muro. Uno que los acredite como ex-mexicanos. Y es que siempre habrá quienes prefieran ser ciudadanos de segunda en un país de primera que ciudadanos de primera en un país en el que «la vida no vale nada». Literalmente.
Cuando la sangre es excesiva, llega un momento en que el dicho “más vale malo conocido que bueno por conocer” pierde toda su validez.
Y todo sea por la fluidez. La justicia es como el agua. Cuando arrecia la sed, no importa el pozo del que emane.
Antes, Patria, que inermes tus hijos bajo el yugo su cuello dobleguen, tus campiñas con sangre se rieguen, sobre sangre se estampe su pie.
And the star-spangled banner in triumph shall wave o‘er the land of the free and the home of the brave.
Este texto fue escrito en el marco del reto de Escritura Creativa del Reto del Mes: Septiembre.