Lo conocí cuando viví en San Antonio, Texas. Una de mis maestras me lo recomendó como una manera para incrementar mi vocabulario. Ha sido uno de los mejores consejos que me han dado nunca.
Me hice adicto. Lo he jugado con mis hijos, con mi pareja, con mi mamá, con mi hermana, con mis alumnos, con mis maestros, con mis amigos. El Scrabble es para todos. Los niños mayores de 10 años pueden jugarlo – aunque mis hijos lo juegan desde que aprendieron a escribir.
La idea parece muy simple. Un juego de mesa en el que cada jugador intenta obtener más puntos a través de la construcción de palabras. Todo sobre un tablero de 15 x 15 casillas. Las palabras pueden formarse horizontalmente o verticalmente y se pueden cruzar entre sí, siempre y cuando aparezcan en el diccionario.
En un cada estuche de juego vienen 100 fichas, 98 marcadas con letras y dos en blanco – comodines sin puntos, que se emplean para reemplazar letras. Según su frecuencia de aparición, las letras tienen más o menos puntos.
El tablero tiene casillas marcadas con premios, que multiplican el número de puntos concedidos: las casillas rojo oscuro son de «triple palabra», las rosas «doble palabra», azul oscuro «triple letra» y celeste «doble letra». El casillero central se marca con una estrella y cuenta como casilla de doble palabra.
Es un juego con historia. Lo inventó Alfred Mosher Butts en 1938. En sus inicios se llamaba Lexiko. Se han vendido más de 150 millones de juegos en 121 países de todo el mundo. Tiene variantes en
30 idiomas diferentes – además del Braille. Aparte de su versión de juego de mesa, puede jugarse por e-mail, redes sociales o por correo normal.
Y lo genial es que Scrabble es un juego que crea historias con cada partida. El que esto escribe ha tenido historias intensas: juegos internacionales ganados por un punto y juegos perdidos por el ingenio aplastante de mis contrincantes. Incluyendo esa inolvidable partida donde mi novia nos ganó – en inglés y en español – a mi cuñado y a mi.
Una noche lluviosa jugando Scrabble, mientras uno bebe su bebida favorita, es, a mi parecer, uno de los placeres que muchos aún no conocen. Pero les garantizo, amigos lectores, que cada amante de las letras es un jugador de Scrabble latente. Uno aprende palabras nuevas, palabras raras, palabras largas, palabras cortas.
Además de los beneficios lúdicos y recreativos que el Scrabble ofrece, tiene uno que, a mi parecer, es el mejor: te enseña que escribir bien – con palabras inteligentes – te hace ganar muchos puntos.
Así que, lectores, lectoras, si no tienen nada que hacer un viernes por la noche, me encantaría medirme en una justa literaria – con las cien fichas y sus letras – con ustedes. ¿Cuándo jugamos una partida de Scrabble?
Hay muy pocos juegos de mesa que provocan orgasmos…
Veremos.
