«Deberíamos hacer un viaje, wey», me dijo mi mejor amigo mientras estábamos en la fila del supermercado comprando ropa para su estancia en el hospital. «Vamos a agarrar mi carro nuevo, a nuestros viejos y nos lanzamos a Acapulco. Los cuatro nada más».
Les confieso, lector, lectora, que fue una propuesta que no me esperaba. Pero este fin de semana reviví un viaje. Uno muy lejano en el tiempo. Uno que se realizó en 1956 – el año en que nació mi madre. En esa travesía, dos hermanos – Gustavo y Arturo Martínez – se lanzaron, en bicicleta, desde Pachuca, México hasta Toronto, Canadá.
Y la hermosa película «Ciclo, erase una vez un viaje» nos lleva tras sus pasos. Pero ahora en 2012. Acompañados por la directora del filme, Andrea Martínez Crowther, Arturo y Gustavo (padre y tío), reviven el épico viaje de hace 56 años. Con todo y bicicletas.
En 91 minutos, Andrea nos empapa de una historia de tesón y fortaleza – de antaño y renovada. Una historia que nos muestra una antigüedad reluciente y una modernidad fallida, o viceversa. Ciclo, amigos, amigas, es un viaje para el alma.
Me quito el sombrero ante este bien logrado documental. Ante Andrea, Gustavo y Arturo,. Ante sus familias. Ante la vida.
Y viendo Ciclo, soñé. Me vi viajando, junto con mi amigo Omar y nuestros padres. Contando esas historias que sólo pueden ser evocadas con la complicidad de una hermandad. Esas historias trágicas y felices. Esas que se quedan en el alma.
Aprovechen este fin de semana para verla. Como pasa con muchas buenas películas, no soportan un mano a mano con Iron Man en la cartelera. Aunque tengo la seguridad de que Arturo y Gustavo tienen muchos más arrojos que Tony. Su historia es real.
Ciclo, recomendable y lo que le sigue. Felicidades a ese cine de vida.
Y ¿saben qué? Saliendo del cine le llamé a Omar y le dije: «Vamos, wey. Ese viaje tenemos que hacerlo». Prometo contarles como nos fue.
Mientras tanto, veremos.
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