Texto y fotografía por Rogelio Rivera Melo.
Hay reencuentros que son felices. Tan felices como encontrar, tirado en el suelo, un cigarro a medio fumar. Hoy viví uno de esos momentos…
Viernes.
Despertar a las 0530 para llegar a una cita con un viejo amigo. Debo lavarme la cara, ponerme la ropa y salir a la calle para tomar el camión.
Abordar el transporte público a las 0545, en una ciudad que no es la de uno, es la mejor manera de sentir su pulso. A esa hora inicia la vida diaria.
Mientras espero que llegue el bus, pasan a mi lado los primeros trabajadores: contratistas en las construcciones, mujeres de mediana edad que andan con prisa. Aún está oscuro.
A esa hora también inicia el movimiento de los «homeless», los sin casa. Veo que uno levanta del suelo un cigarrillo a medio terminar y agradece al cielo, gritando, para que lo escuchen allá con tanta claridad como aquí.
Escojo una ruta que pasa justo frente al campus de la Universidad de San Francisco y que está a un par de cuadras del Golden Gate Park.
A las seis de la mañana no hay estudiantes ni deportistas en los camiones, solo un viejo que duerme, un perro con su hombre, la conductora y yo.
El trayecto es largo. Para llegar a la playa tenemos que atravesar la mitad de la ciudad. 64 cuadras. Poco a poco, mientras avanza el vehículo, van subiendo más personas.
Son las 0621 de la mañana. Sube una joven con una gran bolsa negra, de esas que se ocupan para tirar la basura de los restaurantes. Baja dos paradas después. Me pregunto que habrá dentro de esa bolsa. Se nota pesada pero no quiere que nadie le ayude.
Viene una marea incesante de personas. Suben y bajan del bus como las olas suben y bajan a la playa a la que me voy acercando. Antes de ver el mar lo puedes intuir. El océano te llama.
Bajo del camión a un par de cuadras de la última parada. Aún no lo miro pero ya lo escucho. Y a las gaviotas con sus chillidos. Hueles la sal. Sientes la brisa. Se percibe el poder y la furia contenida.
Todavía no sale el sol pero ya ha aclarado. Está amaneciendo. Camino hacia la costa y de pronto me siento como don Quijote. Desde las alturas me observa un molino de viento. No lo ataco. Será el único testigo de mi comunión con el Pacífico, de mi reencuentro con mi viejo amigo.
No hay otro humano en la playa, sólo gaviotas. Y el molino.
0645. Me acerco a la orilla. La espuma se encarama en mis dedos. El cielo se va iluminando con matices rojizos. Camino hacia el sur, hacia mi tierra. Respiro profundo. Sigo caminando. Va llegando la gente a la playa. Surfistas, corredores y caminantes solitarios como yo.
Volteo a mirar el camino que he seguido. Observo mis huellas y sonrío. Ese soy yo. Me reencuentro con el mar y conmigo. Reencuentros felices ambos.
Y agradezco en voz alta al cielo, al mar, a la tierra por esta oportunidad, este placer, esta vida. Lo hago gritando, como el hombre que, sin tener nada, encuentra en el piso un cigarrillo a medio fumar.
Supongo que esa es la felicidad.
No. Más bien estoy seguro.
Veremos.
Te leo y pienso… ¿Cómo se coló esa letra al final del cigarrillo?
#NoMeOdies
Me gustaMe gusta