Mi vecino del 309 anda buscando al dueño de la bocina que toca tan buena música. Ojalá que lo encuentre.
THE ONE WITH THE SOUND WAR WITH THE RESPECTFUL NEIGHBOR.
El tipo que vive dos pisos arriba de nosotros, en el 309 es un firme seguidor de las reglas de la buena convivencia.
El señor es el primero en vigilar la estricta observancia de las múltiples reglas del edificio.
Con un solo detalle: Las reglas no aplican para él o su familia.
Usted nombre una disposición de los condominos, la que sea, y cada una ha sido desobedecida, rota, estirada o ignorada por él o su esposa y sus 6 hijos: Basura, desorden en las áreas comunes, falta de seguridad en la puerta de la entrada al edificio, niños sin supervisión en el estacionamiento, la que sea, ellos se la han pasado por el Arc de Triomphe.
Pero todos los demás estamos bajo el ojo avizor de su supervisión y vigilancia. Sus comentarios son temidos en el chat de vecinos. Sus llamadas de queja son legendarias. Y siempre, su palabra era ley y destino, porque nadie osaba ponerle un alto.
Hasta ahora.
En el episodio de hoy, J y yo decidimos despertar tarde. Es domingo y no hay nada que hacer, de cualquier forma. Ya saben, hay pandemia y aislamiento en casa. Pero la hija del vecino tenía otros planes.
Que quede registrado que comprendo la situación. Que tenemos que ser empáticos y que la situación es difícil para todos, sobre todo para los que tienen 6 niños en casa.
Así que, en la mañana, cuando empezó la hora completa de las canciones de Disney en el balcón – a todo pulmón – lo entendimos. Solamente despertamos, cerramos la ventana y ya.
Ya más tarde, después de comer, buscamos un ligero pretexto para hacer la siesta. Así, ligerito.
Y así, ligerito – y breve – fue nuestro descanso.
A los cinco minutos, el hijo del vecino decidió que era una buena idea ponerse a platicar con su hermana. Mientras él estaba en el patio trasero del edificio y ella estaba en el tercer piso. Bye, siesta.
Nosotros cerramos la ventana y decidimos seguir con la vida.
Pero la gota que derramó el vaso, la jarra y el tinaco fue la decisión de mi vecino de ponerse a martillar algo. No sé qué fue, pero, por el escándalo, creo que estaba tirando el azulejo de su baño.
Entiendo que cada quien es libre de hacer lo que se le hinche la gana dentro de su casa.
Pero mi vecino escandaloso ha sido capaz de llamar a la vecina para «solicitarle» que su hijo adolescente no juegue con su PS en la noche, porque «sus gritos lo espantan». También nos ha hecho la vida imposible – a todos los vecinos – por cualquier cosa que hagamos que a él no le parezca.
Y hoy, sus martillazos acabaron con la poca paciencia y empatía que aún tenía en la reserva. Así que mientras don pelavacas arreglaba su baño, nosotros pusimos una bocina en la ventana – prestada amablemente por la mamá del vecino del Playstation – y pusimos nuestra música a todo volumen. Y es buena música.
Con decirles que los muchachos del edificio de enfrente se pusieron a bailar con nosotros de balcón a balcón.
Pero adivinen a quién no le hizo nada de gracia nuestra promoción cultural.
Exacto.
Al señor del 309.
Anda como león buscando al dueño de la bocina. En vez de cerrar su ventana. Y aguantar vara como todos los demás hacemos con su familia.
Apenas son las diez de la noche.
Mi vecina ya le dio permiso a su hijo para que se desvele con los videojuegos y nosotros tenemos maratón de películas de guerra. Y es probable que alguien olvide desconectar el bluetooth de la bocina de la ventana.
Mi vecino del 309 es amante de las reglas. Yo solo creo en la reciprocidad.
Lo demás es lo de menos.
Veremos.