«¿Y tú en qué crees?»

 ¿Qué contesta uno cuando le preguntan «En qué crees»?

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Por azares del destino, al iniciar la semana, fui a dar con mis huesos a la Basílica de Guadalupe. Fue la segunda visita a ese lugar en toda mi vida. Me maravillé con la arquitectura y la gran magnitud del lugar, y me encontré con una de las tiendas de artículos religiosos más grandes que haya visto en mi vida.

«Aquí puedes comprar tus relicarios o tus escapularios«, me dijo, entre risas, mi duende de cabecera. Salí sin comprar nada. Pero la experiencia me recordó la vez que, durante una entrevista de trabajo, me preguntaron si era católico. No. No fue pregunta, más bien fue aseveración. Y mi respuesta fue (y sigue siendo) no. «Cristiano, entonces». «No. Tampoco«. El entrevistador entornó los ojos y pude mirar cómo sufría para hacer la siguiente pregunta. «¿Musulmán?«.

Los mexicanos estamos muy acostumbrados a dar por hecho cosas y no tendría que ser así.  «No. Musulmán tampoco«.

«Y entonces ¿en qué crees?«. Y ahí fue cómo entramos en la parte metafísica, filosófica y religiosa de la entrevista. La verdad es que fue una pregunta difícil, pero inteligente.

Sé que este texto caerá dentro de la categoría de «lectura no aprobada por la Curia, los pastores, los rabinos, los mulás o los seguidores del New Age antropocéntrico», pero apelaré al amplio criterio de todo aquel que lea mi blog y trataré de contestar la pregunta.

¿En qué creo?

Una prerrogativa de vivir en México es que es un país en el que las creencias pueden ser tan eclécticas como dispersas. Hay gente que cree en los ángeles, pero que tiene su altarcito para Juan Soldado, la Santa Muerte, el Santo Niño de Atocha y los GI Joe.  Somos un país de fieles bien católicos pero muy infieles en lo que se refiere a las creencias. Aquí  también son bienvenidas las manitas de Fátima, los gatitos Maneki Neko, el feng shui y la lectura del Tarot. Y San Juditas comparte lecho con la Santería, los yorubas y los alushes.

Por lo anterior, he creído en muchas cosas durante mi vida. Es más podría hacer una lista de varias cosas en las que he creído, pero sólo les diré algunas y eso para no dejarlos sumidos en la oscuridad de mi propia oscuridad: creí en los Reyes Magos, estudié en una escuela guadalupana a las faldas del cerro del Tepeyac, por eso creí en la Virgencita (¿acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?). Creí en mis padres. Creí en mis hijos. Creí en un matrimonio para toda la vida. Creí en la felicidad que te puede dar el dinero. Creí en la estabilidad de un trabajo estable.

Conforme uno va creciendo, las creencias van evolucionando. Creí en el sexo por amor. En el amor de toda la vida. En las oportunidades que el estudio te daría. Creí en el Instituto Federal Electoral, en las promesas de los políticos, en mis jefes, en mi país.

Creo que esa respuesta no era la que buscaba el entrevistador. Él se refería al tema espiritual, más enfocado a lo etéreo que te debería mantener anclado a una realidad que no existe. Y lo que está escrito en los párrafos anteriores es una declaración del pasado. Creí en el pasado. Y la pregunta está en presente: «¿En qué crees?«

No creo que el error estuviera en la falta de astucia lingüistica de mi interlocutor. Hubiera bastado un «¿Qué religión profesa usted?» Pero su «¿en qué crees?» era una invitación a toda una disertación filosófica como las que, de pronto, vienen a mi mente a la hora del desayuno. Me contuve y me las arreglé para contestar: «Creo en una fuerza superior – llámela como usted quiera«. Asentimiento por su parte, sonrisa diplomática por la mía. «Ah. Y también creo en mi… a veces«. Se borró su sonrisa. Y apareció la mía.

Aquella vez no conseguí el trabajo. Ahí fue cuando se borró mi sonrisa.

Quizá las cosas habrían fluido mejor si hubiera recitado todo lo que aprendí en aquellos años mozos: «Creo en Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y la Tierra…» Lo que se aprende bien, jamás se olvida.

Creí que la sinceridad era la llave a la felicidad. No.

Hoy creo. Creo que sí llegamos a la Luna, y que volveremos a ella. Creo que el amor es una decisión y sobre todo, creo que los ateos se acaban cuando los malandros se suben a asaltar al camión, pero que le rezan a todos los santos cuando tapan el excusado en casa ajena. En eso creo. Y ya es algo.

Pero también creo que podemos ser tan felices como queramos. Y creo firmemente que la mejor religión es la de un buen corazón. Lo demás es lo de menos.

¿Tú en qué crees?

Veremos.

Epílogo: Si usted, lector, lectora, cree que el texto anterior ofende a sus creencias religiosas, no sea chillón. Debió haber leído el borrador no editado para ser políticamente correcto.

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Texto y fotografía por Rogelio Rivera Melo

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