Por Rogelio Rivera Melo.
Hoy me hicieron una de esas interrogantes filosóficas que nos asaltan y nos sumergen en la inmensidad de nuestra conciencia…

Desayuno filosófico
«¿Y usted sabe?»…
La pregunta me sorprendió. En primer lugar – lo usaré como defensa – porque aún no bebía el primer café del día. Todos sabemos que hay personas así: esas que no funcionan correctamente sin haber bebido por la mañana, al menos, una taza llena del negro líquido.
Inmediatamente después me asombró la profundidad del cuestionamiento… «¿y usted sabe?«… Quiero pensar que sé muchas cosas importantes … Por ejemplo… mmm… quizá sepa…
Sentí sobre mi la inquisitiva inspección a la que me sometían. ¿Qué sé yo en realidad?
La respuesta que salió de mi boca fue «No. Lo acepto. En verdad no sé«. Supongo que mi voz sonó quebrada y vacía – casi tanto como la mirada contrita que le dirigí a mi interlocutora.
Ella, ahí, de píe junto a mi, me miró con indiferencia… quizá hastío.
Mientras me derretía como hielo por no poder contestar su pregunta, me dijo: «Le doy unos minutos para decidir, señor. Mientras tanto, le ofrezco café».
Después de un par de sorbos, mi mente comprendió que la mesera, cambiando el orden de la liturgia del servicio restaurativo comercial, me preguntó por mi desayuno antes de ofrecerme el menú…
Debería estar prohibido que el personal de servicio haga esas interrogantes filosóficas tan temprano por la mañana. Esas cuestiones metafísicas que nos asaltan y sumergen en la vastedad…
Todo para llegar a la mundana decisión de elegir un plato de huevo revuelto con jamón.
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