A veces me pongo paranoico, pero solamente cuando los rusos vienen por mi…
Paranoia…
Esa es una palabra que me gusta.
Me gusta porque encuentro sensual el sonido del diptongo con que termina. Porque, en las noches solitarias, hace que me sienta menos solo cuando percibo los velados ojos que me miran desde la oscuridad.
Me gusta porque me da la certeza de que alguien siempre me está observando con el interés que despiertan los organismos superiores en la mente de los seres comunes.
Me gusta. Y nadie me obliga a hacerlo. Ni mis enemigos ni los extraterrestres ni la CIA. No. Me gusta por decisión propia.
Y es que una sana dosis de paranoia mantiene la mente alerta y prepara al cuerpo para cualquier eventualidad. Hay que estar preparados para los zombies y las bombas atómicas norcoreanas.
Me gusta la paranoia y no es algo patológico. Mi terapeuta dice que sí, pero qué sabe él.
No hay motivos para ser paranoico. ¿O sí?
Claro que no. No estoy loco. La paranoia solamente se justifica en esas ocasiones cuando los rusos vienen por ti y los del gobierno graban tus conversaciones.
¿Estarán leyendo esto? ¿Sabrán que estoy aquí?
Por si las dudas, no saldré a la calle el día de hoy.
Y es que nunca se sabe cuando tendrán suerte.