
El reto de noviembre es “30 días sin redes sociales“. Un mes para mantenerse sin Twitter, Facebook y Instagram. No Linkedin. Esas son las redes que utilizo.
Los perros ladran, distantes. Ellos también han despertado.
El viento del norte se cuela por las costuras de mi ropa y se clava en mi piel como helada aguja. ¿Cómo es que eso no me importa tanto? Creo que es porque el frío me recuerda que sigo vivo. De un modo u otro, sigo vivo. Suerte, si quieres. Entrenamiento, quizá. Pero vivo.
Miro al cielo. Completamente negro. Hostil hasta que miro que la luna se ríe de mi – ¿o conmigo? – desde lo alto, sobre Júpiter y Venus. Ellos ahí, tan pequeños, simples y hermosos, me recuerdan que se puede ser feliz con muy pocas cosas en la vida.
Pero aunque soy un hombre sencillo, me falta algo. Sonrío y cierro los ojos para mirar tu rostro.
Cuando los abro, me encuentro sumergido en ese breve espacio de tiempo entre la noche y el día. Uno de esos pocos momentos en que puedes observar la transición de las horas, el paso del tiempo…
Por un instante todo se detiene. Ni el viento, ni los perros, ni tu recuerdo, ni la sensación de soledad son capaces de sacarme de la mente – y el corazón – la plenitud de la esperanza que me otorga hallarme en el parto de un nuevo día.
Hoy, a las 0450 de la mañana, bajo el afilado borde de la luna y envuelto por la bruma de un lugar que no es el mío, pero que igual me pertenece, me di cuenta de que el camino que siga a partir de ahora es uno que no he recorrido jamás.
Mi cuerpo se estremeció un poco. No por miedo, no. Ni agobio. Ni preocupación.
Tan solo me di cuenta de que esa perspectiva me encanta.
¿Cuántas aventuras se pueden vivir cuando no hay una ruta establecida? ¿Tienes un minuto – o dos o tres – para hablar del futuro?
Veremos.
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Un día menos es un día más. Faltan 14.
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Texto y fotografía por Rogelio Rivera Melo