
El reto de noviembre es “30 días sin redes sociales“. Un mes para mantenerse sin Twitter, Facebook y Instagram. No Linkedin. Esas son las redes que utilizo.
Me gusta leer. Me pagan por leer. Y siempre me he esmerado en ser buen lector.
No me apresuro. Me tomo mi tiempo. Admiro lo que leo. Leer bien implica averiguar todos los matices, las causas, las motivaciones de lo que está enfrente. Los porqués, los cómos, los cuándos.
Leer así no te permite cerrar un capítulo y alejarte siendo el mismo. Leer te cambia. Tarde o temprano te das cuenta de que ya no eres tú, no del todo. Pierdes algo, ganas algo, pero cambias.
En algún momento te enamoras de lo que lees. O lo repudias. De una u otra manera, si lees bien, te enganchas: terminas entrando en la historia. Deseas ser parte de ella. Para gozarla o para terminarla.
Leer para gozar lo hace cualquiera; hacerlo para destruir es un trabajo serio. Muy pocos que se atreven a hacerlo, porque implica compromiso personal hasta llegar al tuétano de la esencia de lo que lees.
Y comprometerte así no te deja ir impune: te convierte en cómplice; te vuelve un sicario de las historias y los personajes; te transforma en un espía de las conversaciones no pronunciadas, en voyeurista que se asoma a los vicios, a las virtudes, a la grandeza y a la vileza de los demás.
Todas las historias de todas las personas en todos los lugares del mundo pueden leerse así. ¿Quisiera leerlas todas? ¿Podría mantener la cordura? ¿Podría mantenerme al margen sin querer modificar el texto, sin explorar todas las posibilidades, las tramas divergentes de cada una de ellas? ¿Podría hacerlo sin querer desaparecer de la faz de la tierra?
Ya no quiero desaparecer de la faz de la tierra. Hoy no.
¿Escribir mi propia historia? ¿A quién le interesaría leerla como yo leo?
Veremos.
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Un día menos es un día más. Faltan 2.
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Texto y fotografía por Rogelio Rivera Melo
Profundo, denso, cimbra el alma.
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