Despertar en la madrugada y escuchar el silencio después del estruendo de una lluvia que fue. Salir de la cama. Abrir la ventana y mirar que aún caía agua. Añorar la intensidad de la tormenta nocturna. Entornar la mirada y percibir a Soledad en la cama vacía. Calzar zapatillas, vestir camiseta y un pantalón demasiado grande. Poner el gorro tejido sobre las orejas y tirar de la puerta. Salir del hotel. Andar con paso vacilante. Observar el zócalo de una ciudad extraña, con suelo mojado y una plaza vacía. Sentir la humedad. Temblar de frío. Oler la lluvia. Percibir la falta de todo y la ausencia de nada. Bajar la mirada. Y ahí, a la mitad de la plancha, la mancha carmín, como sangre, sobre el concreto, negro como obsidiana. Pensar «alguien ha muerto. Y es que el amor también mata».
Texto y fotografía por Rogelio Rivera Melo.