Por Rogelio Rivera Melo.
Eran los inicios de la década de los ochentas. Yo tenía menos de cinco años. En casa había una muchacha que ayudaba en los quehaceres diarios, Teodora se llamaba.
Cada noche, a las siete en punto, Teodora se retiraba a su habitación y encendía el radio. A veces me dejaba entrar a su cuarto, pero en esas ocasiones en que lograba escabullirme, me pedía que me mantuviera en silencio. Era fan de un muchacho de Michoacán y escuchaba sus canciones con verdadero amor.
Lo que Teodora escuchaba con atención era un programa que se transmitía siempre a la misma hora: "La hora de Juan Gabriel", en la XEW.
Ese fue el marco en que escuché a este cantautor por primera vez. Todavía me recuerdo oyendo el "Noa-Noa" y "En la frontera" en un cuarto con una mujer que no era de mi familia.
Luego, cuando viajábamos a Villa del Carbón con mi madre y mis tíos, durante las comidas en pequeñas fondas con rocola, había que poner monedas de 50 pesos para escuchar tres canciones. Era una época en la que aún no se le quitaban tres ceros a un peso súper devaluado por las crisis de López Portillo y De La Madrid.
En mi mente todavía puedo ver las fonduchas en las que suenan las canciones de Juanga interpretadas por Rocío Durcal. Y las puedo cantar todas, con coro y todo.
Luego vino a mi puerto la tormenta hormonal de la adolescencia. Con todas las resacas emocionales que ésta conlleva para los involucrados.
En ese tiempo aprendí que con las canciones de Juan Gabriel uno llora, se enamora, baila, ríe, sufre. Las canté al oído de alguna muchacha que amé. Y las grité cuando ya no sentí – o ella – lo mismo.
Fueron melodías que sonaron cuando uno se sintió morir de amor. Con las incipientes borracheras de despecho y decepción de las primeras roturas cardíacas. Y luego, fueron tónico útil para recuperarse de ese mal creado por amores perdidos y que sólo el tiempo y la resignación logran curar.
Las canciones de Juanga describen eso tan conocido para todos: un amor de fiesta, un dolor a la mexicana, muy visible pero con facetas muy ocultas, la añoranza por una madre que no está, la búsqueda de un lugar en el que se pueda ser feliz, el ser algo, alguien, que nadie entiende, que nadie respeta pero que todos somos alguna vez.
Hoy, después de años de escuchar sus tonadas en fiestas de alta sociedad, en bodas, en antros de mala muerte, en borracheras, en fondas, en Palacios de Bellas Artes, en palenques, en salas de conciertos, debemos decir adiós a uno de los grandes. Uno que podía sonar en todos esos lugares con grandeza y sencillez.
Por escribir en tus canciones sobre eso que todos sentimos, hemos sentido y sentiremos, en asuntos de amor… Gracias, Alberto Aguilera…
Nunca olvidaré una tarde de primavera, en un departamento de interés social en Cuernavaca, donde en mis walkman se reproducía el audio cassette del Concierto de Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes. Y en la que, compartiendo los auriculares de los audífonos con mi abuela Josefina, ella y yo bailamos, lloramos, cantamos y estuvimos juntos… salvando una brecha enorme… gracias a las canciones de Juanga.
No miento si digo que hoy lloré un poco. Con él, con ese niño de Michoacán, ese adoptado por Ciudad Juárez, ese mexicano querido por todos, se fue un generador de recuerdos en mi país.
Me atrevo a decir que casi todos los nacidos en México tenemos un recuerdo – bueno o malo – asociado con una canción de este gran artista. Y pocas personas pueden lograr eso en una vida.
Así de grande es Juan Gabriel.
Gracias, Juanga. Gracias.
Es cierto, hace algunos ayeres en la casa de mi Mamá, Toedora nos introdujo a Juanga. Genial
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Yo todavía estoy en shock con esta noticia 😞
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