Por Rogelio Rivera Melo.

Hoy, temprano por la mañana, recibí un mensaje de mi madre: “Hola. Feliz día“. Contesté agradeciéndole, claro. Mi mamá me enseñó a ser agradecido.
Luego, me doy cuenta que es 29 de abril y que no tengo ni pálida idea de por qué me felicitó. Ya pasó mi cumpleaños, no es “mi santo” ni la fiesta patronal de Topolobampo, Sinaloa, mi ciudad natal. Así que decido investigar. ¿Qué se festeja hoy?
En Google me dijeron que hoy es el Día Internacional de la Danza.
Ahora, quizá me recuerden por obras en las que he participado como bailarín. Bailé unas de CRI-CRI en el kinder, luego unas de Timbiriche en la primaria. También he bailado el Payaso de Rodeo, pero a nivel amateur (sí, así como tú que estás leyendo esto). Pero, no… De unos años para acá no he bailado en algo que me haga merecedor de una felicitación cada Día internacional de la Danza.
Y de pronto un recuerdo llegó a mi. Y entonces lo pude ver todo claramente.
Una vez en el colegio, en el laboratorio de química del Profesor Carnes* – *su nombre real ha sido cambiado porque no le gusta que lo llamen por su verdadero nombre, Walter White – debíamos obtener dióxido de azufre a través del tostado de pirita, un procedimiento sencillo donde se pone un poco del material dorado y, con un catalizador, se quema para obtener SO2.
El dióxido de azufre es un apestoso gas incoloro que debía mantenerse en un frasco de esos especializados que ocupan los químicos para guardar gases.
Pero ese fatídico día, mientras hacía el experimento, algo salió mal: Una fuga de SO2 en el recipiente hizo que inhalara una pequeña cantidad del gas. Mínima.
En ese momento aprendí por las malas lo que le puede hacer al cuerpo una sustancia química diferente a las deben ingresar normalmente como el alcohol por ejemplo. Cuando el dióxido de azufre penetró en mí, sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. No podía hablar. Ni entraba aire en mis pulmones. “Moriré en mi bata blanca”, recuerdo haber pensado.
Como pude – creo que fue escribiendo una nota en un cuaderno – le avisé al profesor sobre lo que había pasado y me dijo algo así como “Ah, que pendejo estás, Rivera Melo. Sal del salón y ve al patio para que te oxigenes”. En ese momento confirmé que moriría. y que el maestro me quería fuera de ahí para que no se supiera lo que me había pasado.
Pero no. No morí. Sentado en una banca del patio de la escuela, poco a poco fui recuperando la capacidad para respirar.
Hoy sé lo que me pasó: el dióxido de azufre es un irritante de moderado a fuerte. Cuando este gas entra por la nariz y garganta, una cantidad mínima alcanza los pulmones y produce una constricción de los tubos bronquiolos. No causa daños irreversibles a menos que se trate de una gran aspiración en un ambiente saturado pero, debido a que la vía respiratoria se cierra, lo más probable es que la persona muera.
Habiendo estado en peligro inminente de muerte, mi mente almacenó esa memoria en la parte de abajo de la alfombra de los recuerdos. Pero, al recordarla, estoy seguro que es por eso que mi mamá me felicitó hoy:
En la ONU, es el Día Internacional de la Conmemoración a las Víctimas de la Guerra Química.
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P.S. Me pregunto si ese accidente en el laboratorio me habrá dado superpoderes.