La vida es un espectáculo. Todos tenemos un papel en ella. Que el tuyo sea inolvidable, asombroso, estupendo, alucinante… fabuloso.

«Mira que jóvenes»…
Llega el momento en la vida de todo padre en que, durante una plática con su hijo, comprende cosas que jamás hubiera aprendido con otras personas.
Ayer tuve una de esas pláticas. Sobre el amor, sobre las relaciones, sobre los celos, sobre la vida y la amistad.
Escuchas la sabiduría de un hombre de 17 años, que con madurez y prudencia, puede hacerte entender situaciones que a tus 40 no habías logrado afianzar en tu mente.
Es un verdadero honor y una distinción tener un hijo así. Y es un verdadero placer darte cuenta de que ese pequeño niño, al que cuando viste por primera vez como un pequeño bichito saliendo del marsupio, se ha convertido en un todo un hombre, y mejor aún, en un hombre de bien.
Terminamos de platicar – y después de reprimir las lágrimas, como pude – le di las gracias a mi hijo. Hay conversaciones que jamás se van a olvidar.
Aprendí tanto ayer. Sobre ser libre, sobre la imaginación, sobre arriesgarse, sobre mantenerse siempre por encima de las ataduras del dinero, el amor, los apegos y los celos.
Gracias, RRMR. Tengo la certeza de que si la tuya es la generación que viene detrás de la nuestra, aún tenemos esperanza como humanidad.
Veremos.
La vida es un espectáculo. Y todos desempeñamos un papel en ella. Que el tuyo sea inolvidable, asombroso, estupendo, alucinante… fabuloso.
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