La propia palabra «graffitti» (plural de «graffito») proviene del griego «grapho» (grabar o escribir). Los arqueólogos actuales saben que es común encontrar estas «expresiones» – grabadas con cincel o escarbadas con punzones – en las esculturas, paredes o monumentos egipcios, griegos y romanos. Y es que escribir en los muros no es algo novedoso.
En el libro «Ancient Graffiti in Context” («Graffitti antiguo en contexto«) de Baird, Taylor y Rowe, se describe la pared rocosa de El Kanais, un lugar remoto en el desierto egipcio. Ésta se encuentra atiborrada de nombres y fechas, remarcadas por un sinfín de viajeros que en un afán de dejar un legado de su paso por el lugar, ponían: «Demetrios escribió esto” o “Zenon llegó hasta aquí.”
Bien pudiera incluirse un «Rashid y Diana, 2017» en el lugar.
Ahora, es la norma que a los guardianes del orden no les agrade el trabajo de los vándalos que con sus dibujos y frases «afean» las construcciones y «alteran» el orden social». Ya en el siglo I, el ensayista romano Plutarco, refiriéndose a las pintas que hacían los habitantes de Roma en las paredes, exclamó: «No hay nada útil o bello escrito en ellas«.
Podemos adivinar el disgusto en el tweet de Virginia Raggi, alcaldesa de Roma, quien al enterarse de lo escrito por el ecuatoriano vándalico y trasgresor, puso en Twitter: «Roma merece respeto. Quienquiera que dañe el Coliseo, daña a todos los romanos y todos quienes aman la ciudad«.