Por Rogelio Rivera Melo.
El cimiento. El pacto. El puente. El espejo.
Yesod. 9.
Crucé el puente y me calaron el frío y el miedo. Pero seguí avanzando. Mi respiración pasó de ser toro embravecido a cordero asustado. Pero no me permití un alto. Levanté los ojos y deje de ver mis pies. Busqué con la mirada aquello que estaba más allá; sólo había oscuridad. Dejé de buscar lo que yacía ante mi y me obligué a mirar alrededor. Entonces vi que no todo era el futuro. Entró por mis pupilas la grandeza de los demás: observé el trabajo arduo del arquitecto que se dio a la tarea de construir para otros, la senda por la discurren tantos, contemplé la ruda delicadeza con la que los obreros habían dispuesto las lozas que tocaban mis pies, admiré el disciplinado quehacer de aquellos que limpian día a día el camino para que otros lo puedan recorrer. En mis pasos al futuro, adiviné los trazos del pasado. Decidí entonces que no habría vuelta atrás. Comprendí que en todas mis acciones de hoy, se cimientan los frutos de mañana. Entendí el pacto de los antiguos: cada noche, con la luna, dormirás satisfecho por el trabajo del día porque con tu pasado diste forma al futuro. Llegué al otro lado, sin frío y sin miedo. Aún sin poder ver, aún en soledad, fui cobijado por mis ancestros y fortalecido por mis descendientes.
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Cada humano es pequeño para su generación, pero su poder finito de creación se vuelve una manifestación infinita de lo que es capaz de hacer para los demás.