La mejor arma de una revolución no es la metralleta ni la granada, es la educación. Sólo así puede cambiar el comportamiento y la mentalidad de un pueblo. Entrevista con Sergio Fortiz, Comandante del Ejército de la Revolución Cubana.

Sergio Fortiz afuera del Malecón Habana
«¡Comandante!«, grita el agente de la Fuerza Civil de Nuevo León agitando la mano desde su camioneta. El hombre que responde el saludo está sentado junto a mí, en una jardinera ubicada en la esquina de la calle Juan Ignacio Ramón, en el barrio antiguo de Monterrey, Nuevo León. Estamos afuera del «Malecón Habana», un pedacito de Cuba en la capital regia.
«Esos muchachos siempre me saludan«, dice Sergio Fortiz. «Alguna vez me reuní con sus jefes y ahora saben que fui parte de la Revolución Cubana«. El fuerte acento de su voz evoca el lugar de origen, así como su elegancia al vestir. «Platico mucho con ellos, ¿sabes? Con los jóvenes. Les digo que deben honrar a su uniforme, honrar su trabajo, para que la gente confíe en ellos. Eso es lo que todo buen soldado debe hacer. Es todo lo que una persona debe hacer para que crezca su país«.
«Yo fui un niño esclavo«, me muestra las cicatrices de latigazos en sus brazos. «Éstas me han acompañado por cincuenta años. A los diez años me libertaron. Y cuando uno es esclavo no tiene nada, así que no te miento cuando te digo que la Revolución Cubana me lo dio todo«.
«Al término de la lucha, hubo cientos de niños que no tenían manera de saber quiénes eran sus padres, que no sabían dónde ni cuándo habían nacido. Yo fui uno de esos niños. El Comandante (Fidel) fue mi padrino. Ellos, los líderes, nos asignaron un nombre, un lugar de residencia, se convirtieron en nuestros padres».
«Antes de zarpar en el Grandma, Fidel Castro Ruz vivió en Monterrey, en la Calle 5 de Mayo. Era algo natural el deseo que yo tenía que vivir en esta ciudad. Aquí fue mi primera escuela. Una de las máximas de la Cuba de Castro era que si los yanquis podían llevar el capitalismo a todo el mundo, nosotros llevaríamos la Revolución a todo el orbe. La Revolución me llevó a otros continentes y nosotros la llevamos a ella. Así que me fui a África, estuve en Angola. Luego regresamos a América y estuve en Honduras. Pero esas historias son el pasado. Me gustaría que los jóvenes entendieran que para hacer una revolución no es necesaria la violencia. Pero eso se entiende solamente después de haber visto a la muerte en los ojos de tus camaradas».
«La Revolución tiene que iniciarla alguien. A la gente que tiene privilegios – por mínimos que éstos parezcan – no le gusta el cambio. El verdadero peligro del capitalismo es que idiotiza a la gente. Mira, nosotros hemos aprendido que el capital es necesario, bueno, para vivir. Pero hay que aprovecharlo para mejorar la sociedad, no para que ella dependa de él. El capitalismo hace creer a las personas que son el amo, cuando en realidad son esclavos. Esa es su trampa más peligrosa: Por querer obtener capital para adquirir bienes materiales, por buscar conseguirlo rápido, los jóvenes dejan de estudiar para trabajar. Ganan dinero, pero al no tener estudios, se estancan pronto. El capitalismo hace que la mayoría de la gente tenga algunos bienes, que se ponga a la moda, que crean que son dueños. Pero vuelve estúpidas a las personas cuando la mejor arma para una Revolución es el estudio: el engrandecimiento de la mente. Sólo así puede cambiar el comportamiento y la mentalidad de un pueblo«.
«Aquí, en Monterrey, tengo 12 ahijados. Son niños de primaria a los que apoyo para que sigan estudiando. Todos vienen de familias de bajos recursos en barrios ubicados en las afueras de la ciudad. A todos les digo que la verdadera felicidad se encuentra en el saber, en ayudar a los demás. Pero también les reitero, siempre, que para ayudar a la gente, primero deben ayudarse ellos mismos, saliendo adelante, estudiando«.
«México ya necesita una revolución. Y lo repito, la mejor manera de hacerlo, no es con armas, sino con libros. ¿Quieren un cambio? Repartan a todos una Constitución Política, que la lean desde pequeños, que la conozcan al derecho y al revés. Los ciudadanos se vulneran a sí mismos cuando no conocen sus obligaciones ni a lo que tienen derecho. Ahí va a encontrarse el éxito en la superación de toda América: en el estudio y en la solidaridad entre las personas«.
«Mira, no puedo creer que, en esta ciudad con tanta riqueza, hay gente que come carne asada cada sábado, pero que no pueden dar cien pesos al mes para ayudar a comprar útiles escolares para los niños de escasos recursos. Esos niños que si no pueden estudiar hoy, mañana van a ser los delincuentes y los narcotraficantes que les quitarán a la fuerza lo que necesitan para vivir. A mí me parece un mal negocio. Con pequeñas acciones como esas se puede hacer que una sociedad crezca o se hunda«.
«En la isla, la gente puede ser feliz. Cada quien elige. Hay quienes decidieron no permanecer en Cuba. Llegaron a los Estados Unidos, un país que ofreció visas para los cubanos, un lugar que tiene todos los beneficios capitalistas, pero que también pidió una lealtad a cambio de eso. No se puede ser leal a dos amos«.
«Yo sigo siendo cubano. Soy Comandante de la Revolución. Soy músico. Soy embajador. Llevo la cultura de mi país a todo el mundo. He vivido en Europa, en África, en América. Mi arte también es una manera de crear lazos con la gente. Esa es la mejor manera de llevar al Revolución a otros lugares, la más eficaz, la menos dañina. Hacemos feliz a la gente«.
«En México, en Monterrey, hay una grandeza en su gente. Hay riqueza que los políticos no pueden robar. Esta violencia que se vive en tu país es una guerra. Hay que llamarla por su nombre. La guerra es la guerra. La historia nos enseña que a veces la guerra es necesaria, pero también nos muestra que el cambio no se va a lograr con soldados. En la guerra hay muerte, dolor, pérdida y uno debe aprender a vivir feliz«.
«Estoy feliz hoy, con poco o con mucho, depende de quién lo mire. Soy feliz con mi pasado, por lo que fui. Estoy orgulloso de eso. Vivo sin remordimientos«.

«Sin remordimientos».