Por Rogelio Rivera Melo.
«Se dice que ningún árbol puede crecer hasta el cielo, sin que sus raíces hayan alcanzado el infierno».
Carl Gustav Jung.
El Reino. La décima séfira. La base. La cuna. Lo profundo. La raíz del árbol.
Malkuth. 10.
Levanté mis dedos y los llevé a mi boca. Con la punta de la lengua probé el gusto dulzón de la mezcla creada por el agua helada de la llovizna vespertina y la tierra del jardín de la casa de mis padres. Hace años que no olfateaba ese olor conocido. Sentir la consistencia viscosa me transportó a tiempos lejanos. Recordé la repulsión que me provocaba ensuciarme con ese lodo cuando era niño. ¿Cuántos años han pasado? Uno no los cuenta. Ni los meses. Ni los días. Me encontré con el origen, con el jardín del edén de mi génesis personal. Hundí mis dedos en la tierra mojada, llené mis puños de ese mazacote rezumante de líquido cafesoso y levanté mis manos. Dejé que el sobrante resbalara hacia mis muñecas haciendo que recordara esa sensación primitiva, tan antigua que se sintió como si fuera nueva por completo: un ritual conocido pero olvidado. Lancé al aire el contenido. Un método inmemorial para poner un punto final, para decir adiós. Para volver a comenzar.
Los orígenes no se encuentran en un lugar, se llevan con uno. Tal como un barco puede viajar por todos los puertos del mundo, pero siempre va mostrando la bandera del lugar que lo vio zarpar.
Todo final es el inicio. Todo inicio surge de un final.
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Todo llega desemboca en Malkuth, y es desde Malkuth, partiendo de nuestro amor por el mundo físico (y nuestra comprensión de él) que comenzamos nuestro viaje…
Rachel Pollack.