Por Karina Suárez
“Café con mi amigo imaginario” XII
Poder identificar lo que sentimos y darle un nombre nos ayuda a canalizar esas sensaciones hacia un nuevo entendimiento de lo que en realidad somos. Necesitamos aprender a comprender plenamente nuestras emociones. Necesitamos un diccionario de emociones.

El dedo de la culpa.
Para la psicología, la culpa es una acción u omisión que genera un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.
Supongo que has escuchado hablar de los monstruos que todos llevamos dentro ¿no es así? Pues, a mi parecer, uno de los más terribles de esas criaturas es el sentimiento de culpa. Creo que tú mejor que nadie sabes que es uno de los sentimientos más lacerantes que existen. En algún momento de nuestra vida, casi todos hemos llevado a cuestas esta nociva emoción.
Si pudiéramos regresar en el tiempo, todos nos daríamos cuenta de que entre los 3 y los 4 años de edad – esa edad del «no hagas», «no digas», «no…» , «no…» , «no…» – comenzó nuestra propia historia con este peculiar sentimiento. En los inicios comienza como una voz proveniente del exterior (normalmente la de nuestros padres) que casi todos los días nos dice lo que es correcto y lo que no.
Con el paso de los años, la voz externa se va transformando en una vocecilla interior – parecida a la de Pepito Grillo – que va guiando nuestros pasos desde un deber moral introyectado en un sistema de valores que quizá nunca cuestionaste.
Más allá de lo incómodo que pueda resultar, podríamos pensar que la culpa es un sentimiento básico que tiene su lado bueno porque ayuda a adaptarnos al medio guiándonos «por el camino correcto», pero no. La culpa es el «lado oscuro» que puede ser una fuerza que destruirá tus más anhelados sueños y frenará tus más preciadas Debemos dejar de pensar que la culpa es, a pesar de su terribilidad, una emoción necesaria en nuestras vidas. Y es justo aquí donde comienza la confusión psicológica que nos acarrea esta sensación.
A continuación intentaré desenmarañar todo el embrollo que gira alrededor de tan ambivalente sentimiento:
Primero, debemos comprender que «adaptarnos» no es lo mismo que «sobreadaptarnos». Si bien es cierto que en sus inicios la culpa «ayuda» a la «sana integración» al medio social creando una conciencia sobre las formas en las que nos podemos dañar los unos a los otros, no significa que debo aceptar- sin filtro y como verdad absoluta- todo aquel mensaje que me dice lo terrible o maravilloso ser humano que soy cuando hago o dejo de practicar determinada acción.
Existe una línea muy delgada entre las creencias limitantes y el freno que me ayuda a convivir empática y compasivamente con mis semejantes. La salud emocional depende en gran medida de la capacidad que he adquirido para filtrar y poner en práctica aquello que “quiero hacer» o «dejar de hacer» -por convicción.
Si te descubres como un borreguito que jamás ha cuestionado si la culpa funciona para tu propio crecimiento personal, podríamos trabajar juntos para solucionar esa situación.
También debemos aceptar que el mecanismo de la culpa está basado en una falsa omnipotencia. El sentimiento de culpa que no ha atravesado por un proceso de filtro suele llevarte a creer que eres el causante del sufrimiento de alguien más o que es tu misión de vida cubrir las expectativas de otros para evitar su dolor o que eres la peor persona del mundo por seguir tu propio camino – o muchas otras tonterías como esas.
La pregunta que uno debe hacerse – y responderse sinceramente – es ¿quién te dijo que eres omnipotente como para hacerte cargo de la felicidad de otros?
Los valores positivos nada tienen que ver con las expectativas que otros tienen puestas sobre ti para que te conviertas en «su» salvador. Esta no es una invitación al egoísmo, es simplemente una reflexión para que sientas la diferencia entre el hecho de ser un ente solidario y compasivo con el hecho de ser complaciente y rescatador. Hace años escribí un artículo para la Universidad Gestalt sobre la meditación compasiva. Creo que la compasión es un eje importante de la relación para vivir en armonía. Pero también creo que la armonía con el exterior necesita estar en perfecto equilibrio con la armonía interior basada en la sensación de libertad. No se puede sentir libertad si existe un sentimiento de culpa introyectado.
Como podrás darte cuenta, la compasión no tiene nada que ver con el rol de rescatador del mundo. En la compasión nos vemos de igual a igual, mientras que en el rol rescatador vemos al otro como inferior y necesitado de mí para ser feliz.
A lo largo de nuestra vida cometeremos errores, lastimaremos y seremos lastimados, aprenderemos lecciones valiosas en donde la decisión de culparte todo el tiempo o vivir la experiencia como algo que te enriquece depende de ti.
Evita caer en el error de sentir cosas que te hagan pensar cosas del tipo «Soy de lo peor«, «Sin mí no pueden«, «Tengo que quedarme a su lado«, «Necesitan de mí«, «Tendría que hacer algo más» «Debo cargar con toda la responsabilidad«. No creo que necesites más ejemplos.
Si tu conciencia moral te dicta la importancia de compensar el acto cometido y, que voluntaria o involuntariamente, dañó a alguien más, busca la manera de lograr el equilibrio, no de purgar una pena o pagar una penitencia.
Te invito a que cuestiones los argumentos que rondan en tu cabeza sobre las acciones que consideras has hecho bien o mal y comienza a filtrar aquello que solo te daña y te detiene para crecer en este camino llamado vida.
Si necesitas ayuda para hacerlo, acude con un terapeuta profesional capacitado para ayudarte. Cosas así pocas veces se logran sin ayuda y dirección. Tu salud mental es vital para una vida plena.
Las emociones son naturales. Es imposible dejar de sentirlas. Pero al identificar su causa, su porqué y los modos para lidiar con ellas, nos permitirá comprender – y quizá moderar -mejor nuestras reacciones. Intentémoslo. Que nada nos cuesta.
Nos vemos en quince días.
Karina Suárez.
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