La crisis de refugiados que acabó con Roma

El 3 de agosto de 378, se luchó una batalla en Adrianópolis, ubicada en lo que en ese entonces era Tracia y ahora es conocida com Edirne, Turquía. San Ambrosio se refirió a esa lucha como «el fin de toda la humanidad… el fin del mundo».

Flavius Julius Valens Augustus, mejor conocido como «Emperador Valens» – del Imperio Romano Occidental – dirigió sus tropas en contra de los Godos, la tribu germánica a la que los romanos consideraban «bárbaros», liderada por Fritigern. Valens, quien no quiso esperar a los refuerzos militares enviados por su sobrino Graciano, el emperador del Imperio Romano de Oriente, se lanzó a la batalla con 40,000 soldados. El godo Fritigern contaba con 100,000.

Fue una masacre.

30,000 soldados romanos murieron y el imperio fue vencido. Fue la primera derrota de muchas. Pero la batalla de Adrianópolis se considera como el inicio del fin del Imperio Romano de Occidente, ocurrido en 476. En el momento de la batalla, Roma gobernaba un territorio de casi 600 millones de kilómetros cuadrados, con una población de más de 55 millones de habitantes.

La derrota en Adrianópolis no sucedió por la necia ambición de Valens o por su obvia infravaloración de la beligerancia de su enemigo. La que se considera la derrota más importante en la historia del imperio romano tuvo sus raíces en algo más: una crisis de refugiados.

Dos años antes, los godos se dirigieron hacia el territorio romano en busca de refugio. La poca capacidad para comprender y enfrentar a los refugiados godos comenzó una cadena de eventos que llevó al colapso de una de las más grandes potencias, política y militarmente, que la humanidad haya visto jamás.

Es una historia muy similar a lo que está ocurriendo en Europa en estos momentos. Y debería servir como una lección a la que se debe poner atención.

De acuerdo con el historiador Ammianus Marcellinus, en 376 los godos fueron obligados a abandonar sus territorios – en lo que ahora es Europa del Este – por el avance de los hunos, quienes en palabras de Marcellinus eran «una raza salvaje sin paralelo». Los hunos, continúa el historiador, «descendieron de las montañas como un torbellino, como si hubieran salido de algún resquicio de la tierra para saquear y destruir todo lo que se encontraba a su paso».

Lo que siguió fue un aterrador baño de sangre y muchos godos – al igual que los actuales sirios y otros desplazados por la guerra – decidieron huir.

 Eligieron asentarse en Tracia, justo al otro lado del río Danubio. Era la mejor opción ya que la tierra era fértil  y el río proporcionaría una defensa natural que mantendría a los hunos a raya.

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En este mapa, donde se muestran las migraciones germánicas desde 150 hasta 1066, aparecen los movimientos de los godos (University of Texas at Austin. Historical Atlas by William Shepherd (1923-26))

Pero esa tierra no estaba libre. Se encontraba en el Imperio Romano, bajo el reinado de Valens. Fritigern, líder de los godos, pidió «ser recibido por Valens como sus súbditos, prometiendo llevar una vida tranquila y proporcionar un cuerpo de tropas auxiliares para cualquier necesidad de fuerza que pudiera surgir». Roma tenía mucho que ganar con este trato. Esas tierras necesitaban quién las cultivara y los soldados extra serían bienvenidos en el imperio. «Al combinar la fortaleza de su propio pueblo con la de los extranjeros», escribió Marcellinus sobre Valens, «hubiera obtenido un ejército absolutamente invencible».

Como signo de gratitud hacia Valens, Fritigern se convirtió al cristianismo.

Todo comenzó de manera pacífica. Los romanos iniciaron con una campaña no muy diferente a la de los programas actuales de búsqueda y rescate. «No se dejaba a nadie atrás», dice Marcellinus, «ni siquiera aquellos que estaban afectados por males mortales». Los godos «cruzaron el río día y noche, sin cesar, embarcándose a borde de naves, balsas y canoas hechas con los troncos huecos de los árboles». Marcellinus cuenta que «muchos se ahogaron, ya que al ser demasiados para los navíos, trataron de cruzar a nado, pero a pesar de sus esfuerzos fueron arrastrados por la corriente».

Fue un flujo inesperado, sin precedentes. Algunos estiman que eran más de 200,000 personas. Los funcionarios encargados de controlar a los godos trataron de «calcular su número», pero no lo consiguieron.

Tradicionalmente, la actitud romana hacia los «bárbaros», aunque autocrática, había sido bastante relajada. Las poblaciones bárbaras a menudo eran enviadas hacia los lugares en que el imperio los consideraba más necesarias, sin importar el lugar en que desearan quedarse. Sin embargo, siempre hubo una fuerte presión hacia la asimilación, lo que hacía que los extranjeros se convirtieran en ciudadanos. Los descendientes de los migrantes a menudo alcanzaban posiciones de poder en la milicia o en la administración. La receta que mantenía al Imperio libre de los ataques de otras poblaciones era simple: permitir que éstas se unieran al imperio y se convirtieran en romanas.

Pero con el tiempo las cosas cambiaron. Los militares a cargo de las provisiones enviadas para los godos – una versión antigua del apoyo ofrecido a los migrantes que llegan hoy a Grecia o Italia – se corrompieron y comenzaron a obtener ganancias de lo que correspondía a los refugiados. Los godos hambrientos se vieron forzados a comprar carne de perro a los romanos.

Marcellinus no lo duda: «su codicia traidora fue la causa de todos nuestros [romanos] desastres».

La confianza que existía entre los godos y los romanos se vio afectada varias veces antes de Adrianópolis. Y los godos pasaron de querer convertirse en romanos a desear destruir Roma.

Menos de dos años después, continúa Marcellinus, «con furia en los ojos, los bárbaros perseguían a nuestros hombres». Y tomaron el imperio para destruirlo.

Los migrantes que tratan hoy de llegar a Europa no buscan levantarse en armas, y Europa no es – afortunadamente – el imperio Romano. Pero esta historia demuestra que la migración siempre ha sido y siempre será parte de nuestro mundo. Hay dos maneras de afrontar el problema de los refugiados: una es promover el diálogo y la inclusión. La otra es no recibirlos y ser indiferentes. La segunda ya ha llevado antes a un desastre. De un modo u otro, es seguro que lo volverá a hacer.

Artículo por Annalisa Merelli

Publicado originalmente en Quartz (Vínculo al original)

Traducido por Rogelio Rivera Melo.

Categorías: Historia, Historia Militar, Refugiados, Retórica de lo Trivial, Traducción | Etiquetas: , , | Deja un comentario

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