Por Rogelio Rivera Melo
L’esprit de l’escalier: el sentimiento que queda cuando, después de una conversación, a uno se le ocurre una respuesta mejor y más ingeniosa en comparación con todo aquello que en realidad dijo. El término no tiene una traducción al español.

L’esprit de l’escalier
L’esprit de l’escalier.
El filosófo francés Denis Diderot llegó al pie de la escalera de la casa de Jacques Necker. Fue en ese mismo instante cuando se le ocurrió una contestación idónea para la discusión que sucedió minutos antes, en la biblioteca de Necker. Demasiado tarde. Ya se iba.
El buen Denis luego escribiría: «El hombre sensato, como yo mismo lo soy, al verse abrumado por el argumento al que se le ha sometido, se ve confundido y solamente puede volver a pensar claramente (cuando vuelve a encontrarse) al inicio de las escaleras».
A ese sentimiento, el que queda cuando, después de una conversación, a uno se le ocurre una respuesta mejor y más ingeniosa que todo aquello que en realidad dijo, lo llamó «L’esprit de l’escalier».
Repasar la conversación una y otra vez, pensando «pude haberle dicho esto» o «no fue suficiente. Me quedé corto de palabras» o «Carajo, no debí haber dicho aquello» es algo que nos sucede a todos. Sobre todo cuando no pudimos expresarnos con claridad.
En las conversaciones que tenemos con la gente que nos importa es primordial evitar al máximo esa sensación de haberse quedado con algo trascendental. Y si hay algo que puede asesinar una relación es discutir con alguien querido a través de los servicios de mensajería como WhatsApp, Telegram, Viber, FB Messenger, etcétera.
¿Les ha pasado que están tratando de hacer una conversación con alguien y de pronto, lo que pudo ser un hermoso terreno de la campiña francesa termina convertido en un campo lleno de barro, un baldío resbaloso y destruido por las tuzas y horadado por los topos?
Y es que cuando usamos la «maravillosa tecnología de la mensajería digital», todo lo que se escribe y lo que se responde puede ser mal interpretado. Las respuestas a las preguntas pueden o no llegar a tiempo. Además no existe un tono, ni hay una señal emocional que te permita conocer el ánimo verdadero del interlocutor. Cuando alguien te escribe «Jajaja» en un mensaje electrónico, no sabes si se está riendo, está siendo sarcástico o si en realidad le dio risa o se está deshaciendo de coraje.
Ah, pero cuánta diferencia existe cuando escuchas la risa franca de alguien, incluso si es a través de una llamada telefónica. O una mentada de madre, que esas también se sienten.
No, lector, lectora. No discutas por mensaje. Llámale. Y si te llaman, contesta.
Es más, aprovechando este espacio, te sugiero que cuando realices esa llamada vayas un paso más allá y le invites un café a esa persona especial. Las cosas se dicen mejor en vivo y en directo.
Y es que luego se queda uno pensando en todas esas cosas que pudo haber dicho y no dijo. En esas respuestas geniales que se quedaron en la punta de la lengua, o en la yema de los dedos. Y ahí es cuando le ataca a uno L’esprit de l’escalier. «Debí decirle…»
Hoy llama a esa persona especial. No le envíes un mensaje. Deja que te escuche. Y escúchale tú.
Quizá salga algo bueno. Quizá no. Pero al menos, se intentó. Y eso es lo que importa en realidad.
Veremos.