Papá… ¿Por qué hubo Niños Héroes?

Por Rogelio Rivera Melo.

En México todos sabemos que el 13 de Septiembre se recuerda a los Niños Héroes, esos muchachos que, en 1847, dieron la vida para defender el Castillo de Chapultepec (en ese entonces, sede del Colegio Militar) de la invasión de las fuerzas de los Estados Unidos. Lo que pocos conocemos es que los estadounidenses llegaron hasta la capital de México por un conflicto que llevaba más de 20 años, que los mexicanos pudieron ganar (o al menos evitar) esa guerra y que uno de los cadetes defensores llegó a ser presidente de México.

Homenaje a los Niños Héroes.

Homenaje a los Niños Héroes.

Papá… ¿Por qué hubo Niños Héroes?

El 13 de septiembre de 1847 se luchó la última batalla de la guerra entre México y los Estados Unidos: las tropas estadounidenses se encontraban frente al Castillo de Chapultepec, el último baluarte que impedía su entrada a la capital – en realidad ya estaban adentro, pero los yankees siempre han tenido una fijación con la destrucción de cualquier símbolo de resistencia en los lugares que invaden.

La guerra comenzó a principios de 1846 y terminó en septiembre de 1847. Pero una de las razones por la que inició tenía más de 20 años, y eso es algo que pocas veces nos dicen en la escuela.

Cuando en 1821, – después de 20 años de conflicto – México logra independizarse de España, el recién nacido país no tiene una idea clara de cuál será el mejor método para gobernar a sus habitantes. Se intenta, al principio, con la monarquía constitucional (Agustín de Iturbide fue Emperador de México de 1821 a 1823), pero en 1824 los políticos «deciden» que lo más convieniente para todos es que México sea una república federal centralista, que la religión católica sea la única autorizada en el país y que éste se llamara igual que el vecino del norte: Estados Unidos – pero no de América, sino – Mexicanos.

Con la aprobación de la Constitución de 1824, las «provincias» del país dejan de serlo y se convierten en «estados». Las provincias de Tejas (así, con «J») y Coahuila se unieron para convertirse en el estado de – sí, adivinaron – Coahuila y Tejas.

Los tejanos no estuvieron muy contentos con el hecho de que todas las decisiones importantes del nuevo país se tomaran en la alejada – alejadísima – Ciudad de México. Solamente tenían un representante en la legislatura estatal de Saltillo el traslado de Tejas a Saltillo también les quedaba muy lejos, así que por sus pistolas (tenían muchas ya que vivían en territorios hostiles habitados originalmente por pueblos nativos que no los querían) decidieron crear un gobierno local, con capital en San Antonio de Béxar.

Mientras tanto en la capital del país, los políticos traían una fiesta loca: No se ponían de acuerdo, daban golpes de estado, se mandaban encarcelar y fusilar entre ellos, aplicaban la ley del hielo unos con otros. Algo así como hoy, pero sin Facebook ni Twitter.

Me llamo Antonio... pero pueden llamarme "Su Alteza Serenísima"

Me llamo Antonio… pero pueden llamarme «Su Alteza Serenísima»

Sufriendo las de Santa Anna.

En 1835, los tejanos, ya francamente hasta las tejas de las polkas que bailaban en la Ciudad de México, deciden que estarían mejor con los líderes políticos David Burnet y Sam Houston que con el presidente mexicano Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón (la verdad es que el mexicano estaba llevando al país al despeñadero). Los norteños declaran su intención de no ser uno de los estados de los Estados Unidos Mexicanos. Bye, bye, México. Hello, Texas (ya con «X»).

Santa Anna – como buen macho mexicano del siglo XIX – decide que no habrá tal separación. ¡¿Cómo es posible que alguien quiera perderse el derecho de ser mexicano?! Convoca al ejército y se lanza al diálogo fraternal para convencer a los texanos de seguir siendo tejanos. Ah, y también  va a la guerra para lavar el honor mexicano por la afrenta de despreciar a México.

Al principio todo fue bien para Don Antonio. El autonombrado «Napoleón del Oeste» (los militares siguen sin entender que a todo Napoléon le llega su Waterloo) López de Santa Anna, tras una serie de (tres) exitosas batallas peleadas con gran número de soldados (reclutados a fuerza por la leva) contra los pocos defensores texanos – Remember The Alamo – logra vencer a los «revoltosos». Pero en la Batalla de San Jacinto, los «revolucionarios» consiguen vencer y tomar prisionero al mismísimo presidente mexicano (las malas lenguas dicen que lo agarraron dormido y borracho después de un combate cuerpo-a-cuerpo con una morrilla enviada por los texanos).

La mala estrella de Santa Anna.

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The Lone Star Banner.

Santa Anna, capturado, negocia (dicen que las negociaciones con una pistola Colt en la cabeza son más sencillas para ambas partes). El ejército mexicano se retira de Texas y nace un nuevo país: «La República de Texas», o cómo les gusta a los texanos que llamen a su «patria», The Lone Star  o La Estrella Solitaria. Así que de 1836 a 1845 hubo, entre Estados Unidos y México un tercer país. Y no era cualquier cosa. Era un país enorme.

«Republic of Texas labeled» by Raymond, 1922.

Pero, según México, la República de Texas fue un país que nunca existió. La lógica del gobierno mexicano se basaba en la siguiente pregunta ¿Cómo podría reconocerse la separación de un estado en una negociación con un presidente capturado? El rehén, a cambio de salvar su vida, daría en prenda hasta su propia madre. Aunque ese caso es debatible, ya que, según decían, Santa Anna no tenía madre. Después de la derrota del presidente, éste fue vilipendiado y hasta expulsado de México.

Para 1845, Texas ya se da cuenta que ser una república no es muy rentable, así que recibe con interés la invitación de sus vecinos yankees para convertirse en un Estado Unido de América. El 29 de diciembre de 1845, Texas deja de ser república autónoma y se convierte en parte de los E.U.A.

Aprovechando el desconcierto político mexicano (¡¿otra vez?!), el presidente estadounidense Polk envía a México la oferta para comprar la frontera del Río Grande, las provincias de Alta California y Santa Fe de Nuevo México. Pero la propuesta fue recibida por un gobierno que, tan solo en 1846, había cambiado 4 veces de presidente, 6 de secretario de guerra y 16 de secretario de finanzas. incluso tanta oposición y falta de acuerdos entre los propios mexicanos se vieron mitigados (que no apagados) por la actitud estadounidense de adquirir lo que era nuestro. Respuesta unánime: ¡Pinches gringos abusivos! Ven cómo estamos de jodidos acá y vienen a ofrecernos dinero por tierra desierta que ni ocupamos, ni podemos mantener, pero que es nuestra. Y siempre lo será.

La oferta revivió en el ánimo del pueblo mexicano el conflicto con Texas – uno que ya llevaba diez años – pero que de pronto se volvió bandera política. El presidente José Joaquín de Herrera, quien había estado tratando de resolverlo pacíficamente, fue acusado de traidor y depuesto. El general Mariano Paredes fue nombrado presidente y volvió a reclamar Texas como estado mexicano.

Y así comenzó la guerra.

El 23 de abril de 1846, el presidente Paredes proclama que México luchará una «guerra defensiva» en contra de las malas intenciones de los Estados Unidos. El 25 de abril, 2000 soldados mexicanos cruzan la frontera y se enfrentan con un grupo de soldados estadounidenses. El 11 de mayo, el presidente Polk declara ante el Congreso que México entró a nuestro país, invadió nuestro territorio y derramó sangre estadounidense en él. Los politólogos le dicen Casus Belli – en mi escuela le decíamos «ya te ganaste unos madrazos«.  El 13 de mayo, E.U. le declara la guerra a México. El 23 del mismo mes, México establece que será una guerra defensiva – «en defensa de la Patria» – y la declaración oficial por el Congreso mexicano se firma el 7 de julio.

El regreso de Napoleón del Oeste… «¡¿Otra vez este wey?!»

Ya declarada la guerra, el ex presidente Antonio López de Santa Anna escribió al gobierno mexicano desde su exilio. «…No tengo más aspiraciones a la presidencia, pero gustosamente aportaré mi vasta experiencia militar para luchar en contra del invasor extranjero como ya lo hice antes…»

Valentín Gómez Farías, quien trabajaba de presidente en ese momento, sentía que se le venían todos los gringos adentro del país. Y aceptó el generoso ofrecimiento de Santa Anna para que también se le viniera adentro – ya ven que estaba exiliado.

Lo que Don Vale no sabía era que Santa Anna ya había pactado con los yankees. Si lo dejaban a través de los bloqueos navales, él llegaría al poder y arreglaría el problema diplomáticamente, y autorizando la venta del territorio en disputa a los E.U. a un precio razonable (obviamente, con su respectiva comisión de agente inmobiliario). Los estadounidenses dijeron «Oh, yes. Of course». Santa Anna ingresó a México, mandó al carajo su acuerdo con los gringos, formó un ejército y se dirigió a la guerra. Igual de taimado como el Napoleón original. Pero a diferencia del europeo, el del Oeste, perdió la guerra. Su «vasta experiencia militar» no sirvió para maldita la cosa. A menos que hubiera planeado de antemano perder y entonces sí vender los territorios a los gringos. Uno ya no sabe con estos políticos mexicanos.

Y así llegamos al Castillo de Chapultepec…

Después de un año y una desastrosa campaña defensiva – en más de una ocasión las fuerzas mexicanas pudieron ganar importantes batallas pero las perdieron por la pobre conducción del General Santa Anna – las tropas mexicanas se vieron encerradas a las puertas de la capital en el último reducto, la fortaleza casi inexpugnable del Castillo de Chapultepec. Defendida por el general Nicolás Bravo, comandante en jefe; bajo las órdenes de Bravo estaban el Coronel Felipe Santiago Xicoténcatl y su batallón de San Blas, el general Mariano Monterde, director del Colegio Militar, con las tropas regulares y algunos voluntarios del Cuerpo de Cadetes del mismo.

Desgraciadamente para los defensores, el ejército estadounidense tenía en sus filas a una de esas rarísimas excepciones de la historia militar: entre sus mandos  estaban la totalidad de los generales que pelearían, 20 años después, la guerra civil de los E.U.A. Había una docena de líderes de gran aptitud e inteligencia militar: Robert Lee, Stonewall Jackson, Joseph Johnston, Pierre Beauregard, George Pickett, y Ulysses S. Grant  todos estaban en esa batalla.

Tras el bombardeo inicial contra el castillo, los estadounidenses avanzaron, diezmando a los defensores y subiendo por las laderas del Cerro del Chapulín. Debido a la superioridad numérica el resultado de la batalla estaba predestinado desde un inicio. Los yankees tomaron la plaza.

La Batalla por el Castillo.

La Batalla por el Castillo.

La historia mexicana recuerda cada 13 de septiembre a los Cadetes muertos en batalla. Se conmemora el día de los «Niños Héroes». Pero siendo sinceros, solamente los Vengadores de Marvel hubieran podido detener el avance estadounidense ese día de septiembre. Así que el heroísmo de los caídos fue un desperdicio de juventud. Sí, ya sé. Mátenme, patriotas. Pero es la verdad.

Durante el siglo XIX, el Batallón de San Blas fue ensalzado por el heroico sacrificio que realizó (la totalidad de sus elementos murieron en la defensa del Castillo). Pero de lo que casi nadie se acuerda es que después de la batalla, los estadounidenses hicieron prisioneros a los sobrevivientes – entre ellos a los generales Bravo y Monterde y a una veintena de cadetes.

El nombre de uno de esos niños – tenía 15 años – era Miguel Gregorio de la Luz Atenógenes Miramón y Tarelo. Ese muchacho llegaría a ser uno de los generales mexicanos más respetados a nivel mundial; además se convertiría, en 1859, en el presidente más joven de México (pero esa es otra historia).

¿Y qué pasó después?

Con la victoria en esta guerra, Estados Unidos comenzó su aventura colonialista y se autoerigió en «el Guardián de los pueblos americanos» para desestimar y evitar la influencia europea en América, de acuerdo a la filosofía política establecida en 1832 por el presidente Monroe. Las hostilidades finalizaron con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo.

Y aunque México perdió más del 55 por ciento de su territorio, unos 2,300,000 kilómetros cuadrados (Texas, Alta California y Nuevo México), esa misma tierra permitió que los E.U. crearan, entre 1850 y 1912, los estados de California, Nevada, Utah, Arizona, Kansas, Colorado, Wyoming, Oklahoma y New Mexico. Todo por la módica cantidad de 15 millones de dólares, «En consideración por el terreno adquirido», en cinco cómodas anualidades de tres millones cada una. Al menos pagaron algo, los yankess. Como gesto de buena voluntad, el gobierno estadounidense perdonó al mexicano la deuda de 3 millones de dólares. Un excelente trato, ¿no?

Todo esto

Todo esto «se perdió».

Después de la guerra, México continuó con las mismas diferencias políticas – hubo culpas y culpables, se exacerbó el patriotismo y el odio hacia los Estados Unidos, se enconó el odio entre los partidos conservador y liberal, surgieron las rencillas políticas que darían inicio a la llegada del Emperador Maximiliano I diez años después y se inició con la tradición – mortal en mi opinión – de ensalzar a los perdedores.

O sea que las cosas siguen casi igual desde ese 13 de septiembre de 1847… O desde ese 28 de septiembre de 1821. Con muchos sueños, mucho potencial, pero también muchas carencias y mucha desorganización. Aún no podemos ponernos de acuerdo en si estamos bien o estamos mal.

Así que, lector, lectora, espero no haberlos aburrido con esta pequeña historia sobre las causas que nos llevan a conmemorar un aniversario más de la «Gesta Heroica de los Niños Héroes». Fue una explicación muy resumida, pero en general, los políticos nos la resumen más cada vez que no nos explican la razón de los hechos.

Veremos.

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Categorías: Retórica de lo Trivial | 6 comentarios

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6 pensamientos en “Papá… ¿Por qué hubo Niños Héroes?

  1. Pepe Pulido

    Muy buena resumida mi querido Roger… históricamente (genéticamente) estamos dados y entregados a quien lo solicite, como sea. Saludos.

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  3. Es un gusto leer y recordar estos acontecimientos…un viaje a nuestro heroico pasado, mil gracias.

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  6. Alejandro Vargas

    Excelente Melo, cómo siempre, gusto saber un poco mas, que lastima que no nos ponemos de acuerdo todavia, por no decir que nos seguimos jodiendo en la actualidad.

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