Por Rogelio Rivera Melo
En México, la relación entre la Vida y la Muerte es asunto complejo. Sobre todo si tomamos en cuenta la acumulación de tradiciones y cosmovisiones en el imaginario mexicano.
La multitud de culturas y tradiciones (mesoaméricana, europeas, cristianas y paganas) que se han ido añadiendo a la carga idiosincrática del mexicano, hace que la celebración del Día de Muertos sea una fiesta multicolorida, con diversos significados y simbolismos. Es por esto que entender la manifestación de la muerte en todos los ámbitos de la vida mexicana amerita un esfuerzo por desentrañar un acertijo.
El Altar de Muertos es la representación plástica más popular y conocida del Día de Muertos, una tradición considerada y protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
El Altar representa la visión que todo un pueblo tiene sobre la muerte, así como de la alegoría de todos sus elementos dentro de un entorno. Elemento fundamental en la celebración, es la manera en que los deudos pueden convivir con el espíritu de sus difuntos, que regresan del «Mictlan» (Inframundo). Los muertos, a su vez, pueden consolar a los vivos y confortarlos por su pérdida.
Como elemento tangible de la tradición, el altar se coloca en una habitación, sobre una mesa o repisa cuyos niveles simbolizan los niveles de la existencia. Hay altares de dos niveles (cielo y tierra); hay altares de tres niveles que incluyen el concepto del purgatorio o del inframundo. Los altares de siete niveles (considerados los más tradicionales) enlistan los pasos necesarios para alcanzar el descanso eterno.
Dentro de las tradiciones mestizas, en los altares se deben considerar varios elementos básicos. Cada uno de los escalones se forra en tela negra y blanca y tienen un significado distinto. En el primero se coloca una imagen de un santo (el de la devoción del difunto). El segundo se destina a las ánimas del purgatorio (las que darán permiso para salir de ese lugar al alma del muerto). En el tercer escalón se coloca sal (simboliza la purificación del espíritu para los niños difuntos en el purgatorio).
En el cuarto nivel, va el pan que se ofrece como alimento a las ánimas que se presenten. En el quinto se coloca el alimento preferido del difunto (también se puede incluir bebida). En el sexto escalón se ubican las fotografías de las personas fallecidas a las que se recuerda en el altar. Por último, en el séptimo escalón se pone una cruz formada por semillas o frutas.
Además se deben añadir objetos que tienen un objetivo específico: La imagen del difunto (se coloca de espaldas, frente a un espejo para que «el invitado» solo pueda ver el reflejo de sus deudos, y estos vean únicamente el del difunto); la cruz (introducida por los evangelizadores para incorporar el cristianismo a una tradición mesoamericana) va en la parte superior del altar, a un lado de la imagen del difunto, y puede ser de sal o de ceniza; copal e incienso (el primero limpia y purifica las energías de un lugar y las de quien lo utiliza; el segundo santifica el ambiente); un arco o «portal» adornado con limonaria y cempasúchil, y que se coloca en la cúspide del altar y simboliza la entrada al mundo de los muertos; el papel picado es representación de la alegría y del viento; las velas moradas y blancas (duelo y pureza) se consideran la luz que guía en este mundo; los cirios que se colocan según los puntos cardinales, y las veladoras que se extienden a modo de sendero para llegar al altar.
El agua refleja la pureza del alma, el cielo continuo de la regeneración de la vida y de las siembras; se debe incluir un vaso lleno de agua para que el espíritu calme su sed después del viaje. Las flores de cempasúchil con su aroma, guían a los espíritus en este mundo y adornan el altar. Las calaveras de azucar, barro o yeso son distribuidas en todo el altar y recuerdan que la muerte está siempre presente en todos los aspectos de la vida. Y la comida – el alimento favorito de los fallecidos. También se utiliza el llamado pan de muerto para que el alma visitante lo disfrute.
La muerte, en la visión tradicional mexicana, no es una ausencia ni falta, sino una nueva etapa. El muerto visita el altar en su honor, lo mira, lo huele, lo prueba. No es un ser ajeno ni espanto horrible, sino un invitado al que se festeja.
El Altar de Muertos es una metáfora de la vida. Se percibe y se acepta a la muerte como un renacer, como parte de proceso que se repite generación tras generación… sin fin. Y nos da la esperanza de que nosotros, quienes hoy ofrendamos, tras la muerte no seremos olvidados. Y da una promesa de que recibiremos una invitación al festejo anual en nuestro honor.
A mi que me pongan pan de muerto. Mucho pan.
Veremos.
de que estado es ese altar de muertos?
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