CHARLATANES.

Por Rocío Sánchez.

Si nos dieran la varita mágica para tener una perfecta vida sexual, ¿Quién se resistiría a usarla? Algo parecido sucede al tener en las manos una píldora, un ungüento, un brebaje que promete hacer que todo mejore. Le contaba yo la semana pasada cómo me fue en mi búsqueda de productos destinados al bienestar sexual. “Productos milagro” que juran poseer el secreto milenario de la hierba, la raíz, la flor que potencia la vida sexual. Me hice, pues, de algunos de estos productos por precios desde los 30 hasta los 140 pesos. No parece mucho dinero comparado con los beneficios que uno espera obtener. “Aumentar el deseo sexual” en las mujeres, o lograr “mayor tamaño, mayor duración, mayor placer” en los hombres, son promesas que no le hacen a uno todos los días.

Fuimos mi pareja y yo a casa. Cuando cada uno desempacó al fin la pastilla que había seleccionado entre las compras, se le bajaron dos rayitas a la pasión. Mi “Pink Pill” no era pink; más bien me recordó a las cápsulas de dieta que tomaba una de mis tías, rellenas de “fibra” para que no le diera hambre. Pero la de él era peor: una pastilla de un intenso y disparejo color azul bastante sospechoso (sin duda emulando a la pastilla pionera contra la disfunción eréctil). Si lo seguíamos pensando, nos íbamos a arrepentir, así que engullimos. Una hora –decían los paquetitos– debíamos esperar para que hicieran efecto las pastillas.

Procuramos no sentarnos a esperar así que paseamos, hicimos algunas tareas pendientes y luego… la hora de la verdad. Pero nada distinto sucedía. Ni nuestros cuerpos ni nuestras mentes mostraban gran diferencia respecto a otras ocasiones. Si acaso, noté un poco de hipersensibilidad en el clítoris, pero más que placentera, fue molesta. Fuera de eso, todo normal. Vamos, que ni el efecto placebo nos pegó. Lo que sí nos pegó, y con tubo, fueron sendas jaquecas durante todo el día siguiente. Lo peor es que teníamos nuestras dudas sobre tomar analgésicos, no fuera a ser todavía peor.

Al investigar un poco sobre los ingredientes que contienen –o dicen contener– las pastillas en cuestión, me encontré conque todas tienen “ancestral” fama de ser potenciadores sexuales. Plantas como la damiana, la muira puama, la zarzaparrilla, el ginseng, el ginkgo biloba, la maca, el dong quai, el yohimbe y hasta la avena, aparecen en las etiquetas. En la mayoría de los casos, no se ha comprobado que tengan algún efecto en la líbido o en la erección masculina. Pero sí tienen denominadores comunes: son plantas estimulantes (muchas tienen cafeína o sustancias similares) o tienen cierto efecto en la circulación sanguínea. A mi entender –no he consultado con ningún médico–, esto último podría explicar los dolores de cabeza.

Si bien no está comprobado que este tipo de productos dañen la salud, como dato curioso le diré que la sustancia activa del yohimbe, la yohimbina (de donde deriva el término popular yumbina), está prohibida en México por el artículo 169 del Reglamento de Control Sanitario de Productos y Servicios. Estos productos, me dijo el doctor Eusebio Rubio, presidente de la Asociación Mexicana para la Salud Sexual (Amssac), no representan mayor problema cuando las parejas los prueban como juego, ocasionalmente. S

Sin embargo, hay que estar conscientes de que las disfunciones sexuales pueden tener como trasfondo un problema de salud más grave. La disfunción eréctil, por ejemplo, suele asociarse con diabetes o problemas de circulación. Lo mejor para una vida sexual plena, considera el sexólogo, es lo natural, pero no lo que se vende como producto naturista, sino el cuerpo “sueltito, sin ninguna intervención”.