En «Tesis sobre el cuento», ensayo de Ricardo Piglia, se resume así un argumento que Antón Chéjov anotó pero jamás llegó a desarrollar:
«Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida«
El ejercicio es escribir el cuento que Chéjov no escribió, creando personajes y circunstancias que hagan viable el argumento. 10 minutos de escritura ininterrumpida para elaborar un primer borrador y el tiempo necesario para convertirlo en algo que pueda concursar en un certamen.

La Fortuna.
Última parada: Montecarlo.
Con el pasar de los días, el viaje se había vuelto más y más pesado. Y sus piernas. Y sus brazos. Pero solo quedaba una noche.
Tenía un plan. Iría al Casino a pasar la velada, a todo lujo. ¿Porqué no? Sólo era una noche.
¿Blackjack? ¿Poker? Dejaría que la suerte lo decidiera: en el lugar en que viera a una rubia con vestido rojo jugaría hasta su último centavo. Dinero era todo lo que le quedaba.
Una vez dentro del casino caminó entre las mesas por un buen rato. Aunque sus pies dolían, recordó el consejo del abuelo: la Fortuna es esquiva, pero si la buscas con suficiente ahínco, la hallarás en donde menos la esperes.
Después de un rato, la miró. Ahí, en la tercera mesa, estaba la mujer rubia mas hermosa que hubiera visto jamás, con un elegante vestido rojo. La ruleta será, pensó.
A la Fortuna no tiene que parecerle que intentas alcanzarla con desesperación. Al contrario. Pero a él eso ya no le importaba. Ella ni lo miró y él no hizo intento alguno por establecer contacto, pero su acercamiento fue deliberado e impetuoso, como cuando un ejército se lanza al asalto de una posición enemiga que debe tomar sin pretexto, a como dé lugar. Cuando estuvo a su lado no tuvo el valor de verla de frente. Tan solo le lanzó una mirada de reojo y su belleza le pareció sublime.
No volvió a dedicarle ni un atisbo de su atención. Decidido, colocó sus fichas en la mesa. Era una gran cantidad de rodajitas de plástico, casi tanto como los pares de ojos que se volvieron hacia él, con el interés malsano que siempre surge cuando alguien está a punto de hacer un acto en extremo valiente, pero igualmente estúpido.
A él no le importa nada. Sería una sola jugada. Se escuchan murmullos cuando coloca su apuesta en un solo número, el 25. El crupier grita: «No va más». Él y la Fortuna ahora están fundidos en un abrazo y sabe que con sus brazos doloridos no tiene la suficiente fuerza para aferrarla. Pero ni lo intenta.
Giró el mecanismo. Cayó la bola. Clac, clac, clac, clac. Sonaron los rebotes metálicos hasta que, poco a poco, pelotita y ruleta quedaron inmóviles.
La gente alrededor guarda silencio. Luego, llega el grito multitudinario que lastimó sus oídos. Y retumban los aplausos. Y las palmaditas en la espalda se sienten como cuchilladas. Y aparecen las sonrisas, y la ironía de un viaje de vuelta a casa con un millón en la cuenta de banco. Uno no pensaría que un número tan grande de ceros llegaría a ser así de pesado. Casi tanto como sus brazos y sus piernas y su cabeza y su vida.
Esa noche, ya en casa, la mujer de rojo vuelve a aparecer en su mente. La ruleta será, piensa. Rebusca la reliquia del abuelo en los entrepaños del armario. Cuando la tiene en sus manos, repite las palabras del crupier: «No va más».
En la carta sobre el buró se estipula su último deseo. Con un millón, muchos niños del hospital tendrán acceso al tratamiento que él no tuvo.
Rogelio Rivera Melo
31/01/2024
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Taller de Escritura
Centro Cultural Lorca
Mérida, Yucatán, México