Las fábulas son, básicamente, una clase de filosofía usando animalitos y situaciones chuscas como ejemplo. A ver si así aprendemos algo.
Era una vez una mujer que vendía jugo de naranja en un puesto callejero.
Por treinta años se había levantado a las cuatro de la mañana para comprar sus naranjas, establecerse en la esquina de una calle muy transitada, armar su pequeño puesto de venta y exprimir la fruta para preparar el jugo. Treinta años.
Llegó un momento en que se dio cuenta de que las personas llegaban a su puesto por costumbre. Con el paso del tiempo fue olvidando las cosas por las que la gente acudía a comprar: su buen humor, la calidad de su producto y la disposición que tenía.
Un buen día, queriendo obtener mejores rendimientos por su dinero, en lugar de comprar naranjas de buena calidad, adquirió un lote de naranjas podridas. Pensó que si exprimía una naranja podrida y la mezclaba con el jugo de tres naranjas buenas, nadie lo notaría.
Pero la gente lo notó. Y dejó de ir a comprar jugo de naranjas. Poco a poco fue perdiendo clientes. Si no fue por la mala atención y la disposición de la vendedora, fue por la mala calidad de lo que ofrecía.
Lo que inició como una «estrategia» para ganar más, se convirtió en la ruina de la vendedora.
La moraleja de esta fábula: Si para ganar unos centavos más utilizas naranjas podridas, es muy probable que pierdas mucho más de lo que «ahorras».
Los codiciosos y los tramposos ganan a corto plazo, pero siempre pierden más de lo que ganan.
Veremos.
No sé. Tengo el presentimiento de que durante los siguientes meses y años, vamos a necesitar expresar, compartir e impartir todas las clases de filosofía, ética y moral que podamos. Total, ¿qué es lo peor que podría pasar?
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Fotografía y texto: Rogelio Rivera Melo.
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