– Hoy cumplí un año más sin fumar.
– Pero si nunca has fumado.
– Pues sí, pero ya es otro año que no lo hago.
Hace veinte años tomé un tren que me llevó hasta Mexicali, Baja California.
Por azares del destino llegué a esa anomalía geográfica a la que llaman Laguna Salada: una depresión en la orilla noroeste del territorio mexicano que alguna vez tuvo agua, pero que a través de los años se fue secando poco a poco hasta quedar convertida en un salar desértico costroso.
Ahí trabajé – vivendo 40 días y 40 noches como un mesías región IV que en lugar de redención solamente pensaba en hamburguesas de McDonald’s y pollos rostizados como el método de salvación predilecto para la humanidad.
Entre muchas otras cosas, aprendí a caminar de noche en el desierto orientándome con las estrellas, a correr maratones en la arena y a cazar mi propia comida: manjares confeccionados con tristes cachoras y una que otra rata-canguro demasiado lenta y estúpida para caer en la trampa.
Si alguna vez hubiera decidido comenzar a fumar, habría sido durante esos días de eremita rapado. Pero no.
Supongo que fue porque no había cigarrillos disponibles.
Hoy recordé que llevo otro año más sin fumar.
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