Archivo diario: 04/06/2013

Por Rocío Sánchez.

Una vez leí una entrevista con Verónica Castro, en aquella lejana década de los noventa, cuando su programa nocturno era uno de los mayores éxitos televisivos. Ella reflexionaba sobre las satisfacciones y los sinsabores que le había dejado este proyecto. Entre los desazones de su triunfo y de que las emisiones se multiplicaran ya por decenas, comentó: “Me ha quitado la ilusión de estrenar un vestido”. Se refería a que cada semana debía vestirse de gala para recibir, a cuadro, a sus flamantes invitados. Aunque yo tenía unos 10 o 12 años en ese momento, sabía que lo que decía era cierto. Y triste. Yo conocía la emoción de portar un vestido nuevo, ese que nos parece espectacular desde que está colgado en la tienda. 

 Con este culturalísimo dato me conecté cuando fui a ver “60 Anni di Made in Italy. Moda y diseño”, exposición que se presenta en el Museo Franz Mayer, en el Centro Histórico del Distrito Federal.

 Prada, Pucci, Etro, Fendi, Valentino, Ferragamo, Dolce & Gabbana, entre otros, despliegan en la muestra su creatividad y el estilo que les ha valido que su nombre sea reconocido en gran parte del mundo. Quizá en eso sí coincidiríamos la Vero y yo, en la ilusión que nos produciría utilizar un vestido como los que se exhiben aquí (hasta el 9 de junio). 

Porque la alta costura, como la aquí presentada, juega con eso, con nuestras ilusiones. No cualquiera puede pagar estos vestidos bordados a mano, adornados con filigrana de oro o confeccionados con finas telas, pero la fantasía de verse envuelta en un vaporoso diseño, o forrada con un brillo despampanante pasa desapercibida para pocas mujeres. La ensoñación se completa cuando nos enteramos de que estos diseños alguna vez ataviaron a íconos del cine como Audrey Hepburn (quien, por lo visto, calzaba algo así como del número 7) o Anita Ekberg.

 Y no, no se abalance a culpar al consumismo ni al capitalismo voraz. La moda, o, para decirlo más llano, las prendas de vestir, han sido objeto del deseo no sólo en las décadas recientes. El propio Roberto Spinelli, embajador de Italia en México, al inaugurar la exposición auspiciada por su gobierno, recordó que desde antes del Renacimiento, Italia se erigía como un centro de creación también en la indumentaria. Y si nos ponemos más observadores, la mayoría de las culturas a lo largo de la historia se han preocupado por adornarse a través de artículos que hoy consideramos moda: joyería, trajes, capas, tocados. También sucedía en épocas remotas: entre los mayas o los egipcios, no cualquiera podía vestir las ropas más finas, aunque muchos desearan tenerlas. Si de plano no hay nada que lo convenza de exculpar a lo que hoy es una boyante industria, puede recorrer la exposición con más ánimo estético. Algunas de las piezas son impresionantes trabajos manuales creados para eventos especiales, como el vestido confeccionado en ocasión de los Juegos Olímpicos de Londres del año pasado, en cuyo faldón se puede ver la representación, bordada en hilo y chaquiras, de algunas disciplinas olímpicas griegas.

Confieso que a mí no me quedó de otra que adoptar esta última perspectiva al recordar que esta moda (la de la haute couture) es fantasía, gusto estético y deseo de expresión. Sí, aunque a usted le valga gorro la moda, se viste justo para expresar que le vale gorro la moda, o bien, la impresión de que le vale gorro la moda es consecuencia de su despreocupada elección de las prendas que cubren su cuerpo, pero el resultado es el mismo: su aspecto refleja su desdén hacia a esta industria. Todo eso, la expresión, la negación, la vanguardia o el clasicismo es lo que entreteje esta selección de piezas que, fuera de la pasarela, invitan a la reflexión.