Archivo diario: 22/02/2013

 “En albures me la ganas…”

Amables lectores, lectoras, espero que no los duela demasiado, pero hoy la introducción será de atrás para adelante. Empezaré por el final y diré que la cultura popular también es cultura.

Este texto es acerca de un juego popular. Una actividad que implica una de las expresiones culturales más difundidas en México. Esa utilización mañosa de la lingüística conocida como el albur.

De acuerdo a la definición número cuatro que la Real Academia Española de la Lengua muestra para el término, el “albur” – en México y República Dominicana – es “un juego de palabras de doble sentido”.

El nombre acreditado del albur es “calambur” – una figura retórica literaria donde se emplean las palabras y sus diferentes significados para crear otros vocablos, o incluso frases, que generalmente tienen un contenido sexual u ofensivo. 

Permítame usted enriquecer el texto con un ejemplo… La frase “vivir de lo que deposita en el banco” tiene dos vertientes semánticas – puede significar dos cosas, pues: La primera, que una persona subsiste con el dinero que va ingresando a su cuenta bancaria o, la segunda, que obtiene una ganancia con la parte baja de su espalda – misma que se posa en el banco. 

Otra forma de realizar un calambur sería emplear dos palabras para formar una nueva, ¿un ejemplo? “Tela” y “retaco”. Obviamente, se unen, con el afán de crear una frase pícara, casi siempre para humillar al oyente.

“Alburear es de nacos”, he escuchado en ocasiones. Pero no crea usted, lector, lectora, que el albur se restringe a las clases bajas. Grandes escritores han recurrido a la transformación semántica de las palabras a fin de lograr un poco de picardía en sus pasajes literarios. Hay casos conocidos de juegos de palabras en latín – los romanos eran grandes albureros. Y también en otros idiomas se pueden utilizar los diferentes significados de una palabra para obtener un resultado semántico jocoso… “Pussy” (gatito en inglés) es un buen ejemplo.

Octavio Paz, el chico temido de la intelectualidad mexicana, en el ensayo “Máscaras Mexicanas” – que puede usted leer en su excelente obra “El Laberinto de la Soledad” – establece que el lenguaje del mexicano se utilizan las figuras y las alusiones veladas como mecanismo de defensa. Es decir, se prefiere la ofensa que pretende no serlo, al insulto abierto y directo. 

Mediante el albur se busca conseguir este agravio, aludiendo a los temas que más le “duelen” al macho, ese espécimen masculinizado hasta la ridiculez: La cópula no consentida (un sometimiento erótico mediante la penetración figurativa que no se puede evitar) y la caricaturización o feminización de las características físicas y sexuales del que escucha (buscando la superioridad física de un macho dominante sobre los demás).

Para muchas personas, el albur es una demostración del carácter homosexual latente en el subconsciente del macho. Y suena lógico. Hombres buscando penetrar a otros hombres, ¿para no perder su hombría? No es un argumento convincente. Y, por obvias razones, no es una figura retórica que cuente con muy buena fama entre la sociedad “de bien”.

Para otros, el albur es una actividad de ingenio y habilidad lingüística. Un juego, pues. Tan competitivo y popular, que en México, está considerado como un deporte nacional. Incluso existe, desde 1998, un “Concurso Nacional Anual del Albur”, con su reglamento oficial y una afluencia de varios cientos de participantes. El evento es convocado, nada menos que, por el gobierno del estado de Hidalgo y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

 Las reglas básicas en esta olimpiada alburera son bien simples: 1. No se puede insultar directamente al contrincante. 2. No se pueden utilizar palabras soeces, lo que es causa de descalificación inmediata. 3. Se debe contestar el albur en menos de cinco segundos o se pierde, y 4. No se puede repetir un verso.

Paradójicamente, el mejor alburero actual es mujer (lo hallo intrigante ya que por mucho tiempo, el albur estaba vetado para las féminas). Y en palabras de la campeona Lourdes Ruíz, el albur es “un ajedrez mental”.

Si usted, lector, lectora, quiere aprender a jugarlo, el Instituto Nacional de Bellas Artes, ofrece – en el Palacio de Bellas Artes – cursos y seminarios, impartidos por la reina nacional, para que se deleite albureando a los demás (para defenderse de un albur y dejar más callados a sus léperos oponentes). Puede consultar costos y bases en la página de internet del recinto teatral.

Otra opción, si lo que desea es un curso desde la comodidad de su hogar, es elegir entre un sinnúmero de filmes del nuevo cine mexicano donde los maestros Rafael Inclán, “El Flaco” Ibáñez, Polo-Polo, y “El Caballo” Rojas lo guiarán, como chiquillos traviesos, por un viaje misterioso a ese reino desconocido del calambur mexicano.

Independientemente de la buena o mala fama con la que cuenta el albur – y quienes alburean (sean hombres o mujeres)-, este tipo de recurso es una demostración de lo rico que puede llegar a ser el idioma. Y de lo rico que es el español en su contenido – rico de riqueza, y rico de ricura.

 Así que, amigos, amigas, la próxima vez que los albureen no olviden que hoy les enseñé la larga manera de defenderse. Y como mencioné durante la introducción, espero que no les haya dolido demasiado. Porque la cultura popular también es cultura.

 Veremos.

P.D. Esta ha sido una de las columnas más difíciles que he tenido que escribir. Y va dedicada a mi cuate Omar. Te veo en Pino Suárez, amigo. Ahí donde los que vienen de Toluca traen el chorizo de fuera. Y en albures me la ganas, pero al rato nos vemos…