La Retórica de lo Trivial LIII

Las fotos “de gala”.

O el “por qué entiendo a la duquesa inglesa”.

No es preciso que le escriba, lector, lectora, que las ocasiones sociales, como bodas, confirmaciones y fiestas en general, merecen que los asistentes lleguen elegantes, con porte, con las mejores prendas existentes en el vestidor de uno.

Y para registrar con imágenes para la posteridad tales eventos, no faltan los fotógrafos. Habitualmente son “profesionales” contratados para el evento. Pero también hay los “amateur” – parientes que, al tener una “buena cámara” son elegidos/reclutados/obligados para hacer las tomas durante las partes importantes de la ocasión.

Pues resulta que uno ya derramó lágrimas de emoción en la ceremonia, ya aplaudió durante las partes más conmovedoras, e incluso abrazó a los festejados. Idealmente esos son los mejores momentos para que el encargado de registrar visualmente el acontecimiento lo haga. Pero, como todos ustedes saben… no es así.

Un buen fotógrafo espera hasta que los alimentos son puestos en la mesa.

Alguna vez me explicaron la razón por la que los fotógrafos de fiestas siempre – invariablemente – eligen el momento de la comida para llevar a cabo su crucial actividad. Suena lógico decir que es el único tiempo en que casi todos los asistentes se encuentran juntos y en aparente inmovilidad. Indefensos, diría yo.

Así que uno se sienta a la mesa, comienza a beber algo, y si tiene suerte, llega el artista en ese instante y le pide que “pose” para la foto. Pero si uno tiene la desgracia de encontrarse en las últimas mesas lo normal es que la “toma” se haga a mitad del consumo de una sopa de cilantro, un lomo al champaña, o el clásico espagueti en amarillenta salsa de queso. En ese instante uno sonríe a la cámara, abraza a la pareja, y busca parecer lo más distinguido posible. O lo intenta.

Tengo la sospecha que el fotógrafo se aleja de la mesa esbozando una sonrisa maliciosa.

Y la fiesta continúa. Bailamos todos. Dice un amigo que si en una fiesta no ponen cumbias y salsas no es una buena fiesta. Y quizá tenga razón. Pero eso si, no hay quien se salve de los “éxitos” del momento. Y aunque cada temporada ha tenido sus “hits”, hay canciones inmortales que los “grupos musicales versátiles” no pueden dejar a un lado. Aunque hayan pasado años desde que fueron realmente populares, se siguen tocando en todas las fiestas. Usted ya sabe cuales son.

Lo que poca gente toma en cuenta, es que mientras uno ejecuta sus mejores pasos de baile, el fotógrafo – como cazador en la sabana – acecha a sus presas. Y dispara sobre la multitud. Así, literalmente. Dispara una y otra vez con su aparato invasor a la intimidad de los danzantes del bailongo.

El momento que me interesa, y de hecho, por el que estoy escribiendo este texto, es cuando, después de haber comido, bebido, bailado, llega ante nuestra presencia un hombre (o una mujer) que no conocíamos – obvio no lo reconocemos porque escondía su faz detrás de la lente-  y súbitamente saca de su bolsa dos o tres pedazos de papel fotográfico impreso. Y lo ofrece al desconcertado asistente – a cambio, claro está, de una compensación económica que, por supuesto, no es nada barata.

Las “aristocráticas poses” que uno adoptó en el momento de la comida, y las refinadas coreografías que se ejecutaron durante el baile no lo parecen tanto cuando se ven en el retrato. Ahí es cuando uno comprende la razón de la existencia de los paparazzi. Las imágenes incriminatorias se venden. Y se venden bien.

Ahora, amigo, amiga. Yo le recomiendo, siempre que vaya a una fiesta, llevar una cantidad de plata para comprar las fotos que le ofrezcan. Por más simiesco u horripilante que uno aparezca en ellas, cómprelas. ¿Alguna vez se ha preguntado a donde van a parar todas las fotos que no se venden en las fiestas? Esas donde uno sale con la mancha de frijol en el diente, con la camisa desfajada mientras realiza un paso de “break-dance”, o pasado de copas realizando desfiguros públicos.

En  algunas ocasiones, cuando había emergido la duda, incluso llegué a pensar que irían a parar en esa dimensión alterna donde habitan los calcetines sin pareja, o las llaves extraviadas, pero ahora lo sé. Y tengo pruebas fehacientes. ¿No me cree? Compruébelo.

Solo basta con entrar en las redes sociales, a esas páginas con títulos rimbombantes como “Sé lo que hiciste el verano antepasado” o “Si te digo ‘pégame pero no me dejes’, no me hagas caso”, para encontrar fotos de la fiesta de Bodas de Oro de la tía Carmela donde el primo Federico besa, en su borrachera, al esposo de la sobrina de otro invitado. Y aunque uno sepa que son sólo “muy amigos”, ¿por qué tendría que enterarse el mundo?

Sospecho que así le pasó a una duquesa de moda.

Veremos.

  AQUÍ IBA UNA FOTO NUESTRA. EN EL ÚLTIMO BAUTIZO AL QUE ASISTIMOS. 

PERO MEJOR NO.