La Retórica de lo Trivial XXIX Por Rogelio Rivera Melo
Escribir. Escribir… escribir.
Cuentan que una vez el físico húngaro Leo Szilard le dijo a su amigo Hans, que pensaba escribir un diario: “No voy a publicarlo. Sólo registraré los hechos para que Dios los sepa”. Hans le contestó con otra pregunta, “¿Tú crees que Dios no conoce los hechos?” “Oh, claro que los conoce – dijo Szilard – pero no conoce mi versión de los hechos”.
Tomar una hoja, o una pantalla, en blanco y llenarla de palabras para que alguien – Dios, si así lo quiere –lo conozca, es uno de los actos creativos más impresionantes que hay. Implica transmitir los pensamientos a otras personas, darles un carácter de atemporalidad, perpetuarlos. Escribir lo que se piensa es un acto de humanidad.
A veces me pongo a pensar que poco sabríamos de la vida antigua si no fuera por esas personas que se tomaron la molestia de escribir – algo, lo que sea – acerca de los eventos triviales, importantes, personales o cruciales que vivieron en esa época. Las palabras que han perdurado a través de los siglos nos permiten apreciar detalles que simplemente serían una incógnita. Y no hablo solamente de los detalles que marcaron una era. No hablo de los encabezados de los principales periódicos – también escritura, al fin-; hablo de las cosas pequeñas que hacen que nuestra vida sea diferente. Momentos que han sido clave para la humanidad son percibidos de una manera personal.
Por ejemplo, sabemos, a través de su diario personal, “Kitty”, lo que sucedía dentro del escondite de Anna Frank. Podemos sentir la angustia de la familia, sus miedos, sus sentimientos. La historia real de una familia como cualquier otra en tiempos de zozobra política mundial. ¿Cuántas otras Anna hubo, de las que no sabemos ni jota? ¿Cuántas historias valiosas se han perdido porque nadie las escribió?
Escribir es volar. Una simple nota, abandonada en una mesa, escrita en un papel arrugado, puede llevar al lector a la duda, a la desesperación, a la comprensión de un motivo. Las palabras “Te amo”, “Vuelvo pronto”, “Te extraño”, “Te odio”, “No me esperes”, “No quiero verte más”. Escribir para darle un cuerpo a un sentimiento etéreo.
Escribir. Escribir por aburrimiento… No es necesario mucho. Pluma, bolígrafo o lápiz. Una superficie donde plasmar las palabras. Y una idea. O varias. Incluso si es una idea que parezca tonta… Se cuenta que la historia de “Harry Potter” se comenzó sobre una servilleta en un café inglés, mientras su autora esperaba a alguien (No es tan necesaria una libreta Moleskin como las que usaba Hemingway cuando escribía sus novelas, reportajes o cuentos).
Escribir. Escribir por llevar un diario personal, la bitácora de un viaje, o la relación de eventos que suceden… Como Bernal Díaz del Castillo en su “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, así supimos los detalles de la empresa militar que cambió y, de hecho, inició la historia de nuestro país como lo conocemos actualmente. ¿Alguna vez lo ha hecho? Ponerle palabras a un viaje. No contarlo de viva voz, sino así con palabra escrita. Es como volver a vivirlo. Y así, todos podrían saber qué es lo que sucedió durante ese tiempo en que usted, lector, lectora, estuvo ausente.
Escribir. Escribir por terapia… A veces uno tiene que adentrarse en lo profundo del alma para encontrar los demonios que lo aterran, luchar contra ellos, despojarlos de su poder. Y uno debería dejar un registro del combate. Cómo cuando Churchill escribió, en sus memorias, la manera en que venció al Tercer Reich Alemán. O como Kafka, en su descripción, “terapéutica” le llamó, de la sociedad austriaca del período entre guerras, incomprensible ésta para él; e incomprensiva ésta para con él.
Escribir. Escribir por afición… Como pintar, leer, buscar y coleccionar conchas en la playa. Cómo Gabriel, el colombiano que inició escribiendo las historias que “Papalelo”, el coronel, y Mina, su abuelita, le contaban cuando era un chaval. Tengo que advertirle aquí, lector. La afición por escribir se convierte, pronto, en una pasión. Arrebatada. Exigente. Como un romance de esos de antaño, tórrido, sufrido, celoso, pero fuerte, envolvente, lleno de amor. La escritura es un amante leal. Las letras están ahí, listas para plasmarse. A diario pugnan por salir. Uno solo debe poner orden. Porque exigen trabajo. Y tiempo. Igual que un amante.
Escribir. Escribir por lucro… También es válido. Uno vende lo que piensa. El truco es lograr que alguien lo compre. De preferencia, si lo va a hacer. Venda calidad. La calidad debe pagarse bien. No pondré ejemplos aquí.
Escribir… escribir. Para ser humano. Las ideas están ahí. ¿Qué más se necesita?
Cómo escribió Carlos Fuentes. «Escribo en aviones, escribo en hoteles, escribo en playas. No hay pretextos para no escribir».
Así que, lector, lectora. ¿Sobre que va a escribir usted hoy?
Veremos.
