El domingo por la noche recibí una llamada telefónica de un amigo que necesita consejo sobre su vida personal y financiera. ¿Quién diría que alguien me puede considerar como un ejemplo en el tema?
Para ser sincero, me siento halagado al pensar que él – o alguien – crea que yo puedo darle una guía sobre el tema. Digo, no pretendo ser orientador ontológico y mucho menos uno de esos «Coaches de Vida» tan de moda. Ni tampoco deseo crear un culto tipo «Pare de sufrir®» – aunque estoy convencido de que eso terminaría con muchos de mis problemas financieros y personales. Básicamente también tengo mi dosis – a veces mayor de lo que quisiera reconocer – de la lluvia de caca a la que nos sometemos todos en este mundo.
Pero sí creo firmemente que la manera en la que uno reacciona a la adversidad – o incluso a la prosperidad – va de la mano con la forma en que uno ha aprendido a ver la vida.
Todos hemos recibido lecciones de vida, desde la escuela o a partir de las vicisitudes diarias de nuestra existencia. Pero también estoy convencido de que la mayoría de esas lecciones son olvidadas al poco tiempo. O sea, no espero que aún recuerdes la clase de filosofía sobre los estoicos que recibiste hace años. Pero la teoría ahí está. Es cuestión de volver a aplicarse y volver a aplicarla.
Tampoco es que quiera encontrar el hilo negro o inventar el agua caliente. Eso ya se hizo. Y se seguirá haciendo. Los egipcios lo hicieron. Luego los griegos, los romanos, los mayas y los ingleses. No lo voy a hacer yo hoy.
Lo que intento hacer aquí es proporcionar un recordatorio sobre algo que seguramente ya sabes, pero que no utilizas. Y si lo recuerdas es posible que lo utilices.
O quizá no lo sepas. Y entonces la cosa se pone mejor. Porque una vez que sabes algo, puedes emplearlo. Y cuando uno emplea algo que acaba de aprender, entonces se alcanza una altura – metafórica, claro – nunca antes lograda.
Así que aquí va. Nuestra Primera Lección para Dejar de Bañarse en un Río de Caca.

El análisis de retroalimentación personal, de Peter Drucker.
Peter Drucker – investiguen quién fue y qué hizo, no me obliguen a hacerlo todo yo – decía que la mayoría de las personas están muy seguras sobre las cosas en las que son buenas: «Soy un gran cocinero«, o «Tengo talento para diseñar«, dicen cuando les preguntan en qué sienten que se desempeñan mejor.
Tras algunos estudios, el buen Pete se dió cuenta de que la opinión de la gente acerca de sí misma SIEMPRE está sobrevalorada. El gran chef no lo era después de todo.
Así que «inventó» una técnica para «descubrir» si en realidad uno es tan bueno como dice serlo. Y básicamente es la siguiente:
«Mijo, mija, no basta con decirlo: tienes que demostrártelo«.
¿Quieres saber cuál es tu fortaleza más grande?
Escribe tus expectativas. Determina un plazo temporal. Tú eliges. Un mes, un semestre, un año. Y cuando el tiempo se agote, compara tus expectativas con los resultados.
Pongamos el ejemplo de un vendedor que tiene la expectativa de lograr X número de ventas en un mes. Es el mejor vendedor de la agencia – según él – y no debe tener problemas para lograrlo.

Pasa el mes. ¿Cuánto vendió? ¿Alcanzó sus expectativas? ¿Las sobrepasó? ¿Qué hizo bien? ¿Qué hizo mal?
El párrafo anterior es el análisis de la retroalimentación personal. Más vale que lo hagas tú a que lo haga el gerente de RH de tu empresa. Inténtalo. Déjate de engañar.
Drucker dijo: «La mejor manera de predecir tu futuro es crearlo tú mismo«.
Y yo estoy completamente de acuerdo con él.
¿Tú en qué eres excelente? ¿De verdad?
Veremos.
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Texto: Rogelio Rivera Melo.
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