Después de algunos años volví a tomar clases de artes plásticas.
No tenía idea de dónde era el lugar, así que decidí salir con tiempo. Uno no puede darse el lujo de llegar tarde a la primera sesión. Las primeras impresiones son las que más cuentan.
«Tercer piso», decían las indicaciones. En realidad hay que llegar al tercero y subir un par de tramos de escalera adicionales.
En el inicio de ese ascenso, se puede leer, en cada uno de los escalones, la leyenda: «No hay ascensores para el éxito. Tienes que usar las escaleras«.
Arriba, ya en el vestíbulo, había un chamaco flacucho. Luego fueron entrando diez o doce muchachos de unos veinte años. Ni el maestro, ni el director eran de mi edad. Aquí yo era el dinosaurio.
Llegué temprano a mis lecciones. O tarde. Depende de cómo uno lo vea.
Pero estoy feliz, porque después de algunos años volví a tomar clases de artes plásticas.
No. Corrijo: Después de algunas décadas regresé a las lecciones entre solventes, tintas y bastidores.
Y una de las ventajas de «regresar» a esta edad es todos me hablan muy correctamente, de «usted», incluso. No como la última vez que estuve en clases de arte.
Pero aún así no me salvé de la novatada. Me tocó lavar todo el material después de clase. Igual que «en mis tiempos».
A ver hasta dónde nos lleva esta aventura.
Veremos.
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Texto y fotografía por Rogelio Rivera Melo
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