Una disculpa mal elaborada, o peor aún, malintencionada, puede resultar en un hecho aún más ofensivo que el inicial.
Cuenta la historia que estaban el dramaturgo Francisco de Quevedo y el rey de España, Felipe IV, debatiendo sobre los agravios y las disculpas.
El portador de la Corona sostenía cabalmente que cualquier ofensa podía ser lavada por una disculpa.
El hombre de letras insistía en que una disculpa mal elaborada, o peor aún, malintencionada, podía resultar en un hecho aún más ignominioso que el inicial.
«¡Imposible!», exclamó el monarca. «Es más… Os reto, Don Francisco, a ofender a Su Majestad y a encontrar una disculpa que sea peor que el agravio.»
Quevedo se quedó pensando largo rato, inmóvil, mirando al espacio.
El rey, contento con su aparente victoria se dio la vuelta para salir de la habitación. Justo en ese momento, el escritor se levantó y propinó una sonora nalgada al rey.
No bien repuesto de la sorpresa, el soberano escuchó la respuesta de Don Francisco: «Perdón, Su Majestad, lo confundí con la reina«.
Quevedo tenía razón.
A veces es mejor no exigir disculpas.
* * * * * * * * * *
Comparte este texto. Y ¿por qué no? Comparte este blog a través de tus redes sociales. Nos puedes encontrar en Twitter (@HERAGO101), en Facebook (Heroismo Agonizante 101), Tumblr (Heroísmo Agonizante 101) y hasta en Google+ (HeroísmoAgonizante101).
Ayúdame a cumplir el punto 5 de mi lista de las 100 cosas que tengo que hacer antes de morir . Nos encantaría lograrlo pero necesitamos tu ayuda. Si es de tu agrado lo que aquí se publica, compártelo. Ayúdame a morir feliz. Gracias mil.