Después de beber agua en Casablanca, pensé que podría enfermar, pero luego recordé que Moctezuma y mi barrio me respaldan.
Voy en un taxi de la Mezquita de Hassan II a la Medina Vieja de Casablanca. El taxista Oberdin trata de hacerme plática y, usando el inglés, el francés, el árabe y el lenguaje universal de las señas, vamos contando cosas triviales sobre Casablanca, el Rey Mohamed, México y el tráfico.
De pronto, de reojo, capto en una esquina a un tipo barbado con un enorme sombrero lanudo y un largo "abrigo" rojo. Además carga, atravesado en el pecho, un cinto de piel con un varios vasos y cuencos metálicos, del que cuelga una vejiga de piel de animal. Mirando a los transeúntes, hace sonar una enorme campana que también lleva sujeta de su cinturón.
"¿Qué es eso?" – en mal francés, obvio – le pregunto a Oberdin. Señalando en dirección al extraño personaje. "Es el mercado", me contesta.
"No, no el mercado. El hombre". Lo vuelvo a señalar. "Ahhh. El vendedor de agua". Ya no le dio tiempo de dar más explicaciones porque manejar en Casablanca es cosa seria.
Más tarde, después de recorrer la Medina, ya a pie, me topé de frente con el tío que había visto antes.
"Debo tomar una foto", pensé. Pero al hacerlo, me quedó perfectamente claro que también es vendedor de fotos porque percibió el movimiento que hice al sacar el teléfono y se acercó a mí.
"Money pour la Photo", dijo. "Merde", pensé. "¿Eau minerale?", respondí. "Dix dirham", contestó. Un dirham vale casi dos pesos. Saqué la moneda de a diez. Él la tomó, y con un sifón llena un cuenco grande y me lo ofrece.
Pues ya. No hay que echarse para atrás. Le doy un trago grande y le devuelvo el cuenco. El agua está fresca y algo dulce. El hombre se ríe. "La, la". Me hace la seña que en México significa "hasta ver el fondo, wey".
Pues fondo fue.
Cuando terminé de beber me quedó un gusto extraño en la boca. Nada horrible, sólo extraño. Él me palmea la espalda. Nos separamos cada uno por su lado.
Checo el teléfono. La fotografía que intenté salió movida. Así que tuve que buscar una en la red y es esa la que subí, meramente para que ustedes vieran a unos que trabajan en lo mismo que el tipo que, en Casablanca, Marruecos, me vendió veinte pesos de agua en un cuenco de cobre.
Pienso que es posible que mi estómago no resista, pero luego me acordé de que soy chilango. Y mi barrio – y la venganza de Moctezuma – me respalda.
Hasta ahora todo bien. Pero ahí les voy contando qué tal.
Mientras tanto, veremos.
Exelente narracion me lo pide imaginar con lujo de detalles , y pues es lo que cuesta un litro de agua en el aeropuerto y como allá es despierto pues lo vale.
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