Por Rogelio Rivera Melo.
La tarde que mataron a Luis Donaldo me preocupé porque tres días después íbamos a festejar mi cumpleaños. Que pendejo es uno cuando joven, ¿verdad?
Aún recuerdo esa noche.
Para mí fue impresionante ver que interrumpieran la programación de telenovelas para anunciar que el candidato a la presidencia había sido asesinado a tiros en un lugar llamado»Lomas Taurinas», en Tijuana, Baja California. Era la primera vez que sucedía algo de tanta magnitud durante mi vida como para que Televisa sacara del aire la barra familiar y se enlazara con Eco, la proto-cadena-noticiosa-tipo-CNN-made-in-México.
A partir de ese momento, los mexicanos tuvimos que vivir y revivir, ad nauseam, el disparo – o disparos (?) – de Mario Aburto (?) sobre la cabeza y tronco de Colosio. Todo, claro, al ritmo guapachoso de «La Culebra» de la Banda Machos.
A muchos años – décadas – de distancia de ese hecho, los mexicanos aún no sabemos a ciencia cierta que es lo que sucedió esa tarde. Que si un complot, que si un asesino solitario, que si Salinas, Bartlett o Camacho Solís… Las teorías de La Paca y mil cosas más que ni siquera puedo recordar con claridad.
Mi memoria más vívida de ese 23 de marzo es que me preocupé esa noche por mi fiesta. Supongo que no debo atormentarme por eso. Ahora sé que las prioridades van cambiando con los años.
Me pregunto si hoy mataran a un candidato presidencial ¿qué cambiaría? ¿Dejaría de festejar mi cumpleaños? ¿Afectaría al país de la misma manera en que se supone que las cosas se fueron al caño cuando asesinaron a Luis Donaldo?
No lo sé. Nadie lo sabe.
Sólo sé que tres días después, en mi fiesta, no tocaron «La Culebra». Pero no pasó nada más.
Hoy no puedo escuchar la tonadita esa de «íbamos a la molienda…» sin acordarme de esa tarde en la que no supe si tendría festejo por culpa de un asesinato.
Ojalá no vuelva a suceder.
Veremos.