Archivo diario: 20/07/2013

La Retórica de lo Trivial XC Por Rogelio Rivera Melo

Justo cuando piensas que estás haciendo todo bien, llega alguien y te dice algo para que lo pienses dos veces.

¿La excelencia es lo mejor?

 Las enseñanzas de la vida se te ponen enfrente de modo que los mensajes que ésta te envía son directos – dolorosos, incluso. Pero una lección aprendida no es una lección completa a menos que pueda ser compartida.

Permítame explicarle. He pasado mi vida buscando satisfacer las esperanzas que la gente tiene sobre mí. Son expectativas muy altas. Lo peor de todo es que ni siquiera es una decisión propia. Desde pequeño los padres de uno esperan que su hijo sea triunfador, competitivo, buen chico, con aptitud y actitud. Y lograr menos que eso implica una falla. Se va inculcando, desde la niñez, una actitud de “no ser el mejor equivale a ser un perdedor”.

Y así, a fuerza de repetición, estas enseñanzas se van convirtiendo en un hábito. Es algo a lo que uno se acostumbra. En el trabajo se debe cumplir con la identidad institucional, con los plazos y las metas. En la familia uno debe ser columna y soporte incansable. En los juegos y los deportes nos enseñan a ganar a como dé lugar. Con la pareja debemos ser amantes competentes, compañeros fuertes y confiables. Eso es lo que se espera de uno. La confirmación de ser el mejor, el reconocimiento de ese esfuerzo va convirtiéndose, poco a poco, en una necesidad vital para uno.

Yo pensaba que vivir así, comprometido con la excelencia, pareciera algo bueno, pero en realidad va minando algo dentro de uno. ¿Ustedes tienen una idea de lo que le hace a la psique humana? Los problemas de autoestima, la inseguridad y la necesidad de una validación constante, de compararse con los demás y la autoflagelación que implica ser siempre el máximo exponente de cualquier cosa que uno haga.

Ser el mejor en un mundo altamente competitivo es, en realidad, estresante. Y, seamos sinceros, es algo casi imposible. Alcanzar la excelencia se vuelve entonces una presión invisible, omnipresente y avasalladora. Uno se vuelve esclavo de las expectativas – de las esperanzas de los demás que se volvieron las propias en algún punto del camino.

Lo irónico es que, tarde o temprano, alguien que te quiere, alguien a quien le importas – y por ende, alguien cuya opinión es importantísima para ti – te da a entender que aún puedes llegar a ser más. Que no te conformes. Que puedes hacerlo mejor. Y te lo dice en un momento en que piensas que has hecho muchas cosas – lo suficiente – para estar bien con él o ella. Pero que no basta.

Así me sentí el viernes. Al principio me sorprendí. Luego llegó el enojo – conmigo mismo claro -, que se manifestó con un obvio “¿acaso no puedo ser mejor que esto que soy?”. Luego apareció el resentimiento contra quién me hizo el comentario, “¿qué no se da cuenta de todo lo que hago?”

Y finalmente, la revelación.

Vivir bien no es cuestión de probarle a nadie que eres mejor que los demás. Ni siquiera probarlo a ti mismo. Vivir bien es demostrar que una vida buena puede ser única de acuerdo a tu perspectiva.

Decidí que vivir bien no es solamente desear hacerlo. No es esperar a que suceda. Ni siquiera es recordar cuando uno vivía bien. Vivir bien es vivir bien ahora. Aceptando tus pensamientos, tus sentimientos y tus acciones. Celebrar el momento y la belleza de todo lo que te dan aquellos que te rodean.

¿Y los demás? Bueno. Ellos también tienen una vida que vivir. Y cada quien decide cómo hacerlo.

Con ese pensamiento me fui a dormir. Liberado de una carga tan grande que ya no podía soportar. Desperté muy contento con la vida. Y quiero seguir así.

Veremos.