LA RETÓRICA DE LO TRIVIAL IV. Por Rogelio Rivera Melo
Mientras escribo estas líneas, un Boeing 777 de Alitalia cruza el océano Atlántico con destino a México. Y más de un millón de personas sigue atentamente la cobertura de los medios informativos sobre este hecho. Pareciera que llega un héroe.
En realidad me preocupa que en este país necesitemos de una persona extranjera a la que admirar de forma masivame. Eso significa la carencia de una figura tal que mueva multitudes en México. Pero la necesidad de tener alguien a quien seguir, un héroe que nos encandile, no se ha extinto. Hoy, para algunos, nuestros campeones son los políticos que luchan contra otra clase de políticos (buenos contra malos), o los deportistas que “arriesgan su integridad” para entretenernos cada fin de semana. Pero en México, también podemos ver algo de heroísmo en las acciones de personas que en su vida diaria se dedican a ayudar a otros, o a defender los derechos sociales. Incluso los padres, hermanos, amigos pueden ser los héroes de algunos. Pero nada como el visitante de la península itálica.
Necesitamos líderes porque son un espejo que pone una meta a nuestras pretensiones. Son la conjunción de las cualidades que nos gustaría poseer y las ambiciones que nos gustaría satisfacer. Para ser conciso, un héroe posee una personalidad que los demás quisieran tener, un carisma que nos obliga a simpatizar con su causa, y además, realizar acciones que nos llenan de orgullo y esperanza. Los líderes de masas.
Hoy en día es difícil separar el concepto de heroísmo del de moralidad. Los héroes de hoy deben ser personas a las que admiramos y deseamos emular. Normalmente sentimos admiración por la gente buena y con un gran sentido del honor. Y sé también, que habrá quienes admiren a los anti-héroes; esos que son tan, pero tan, malos que desatan en nosotros el deseo irrefrenable de actuar fuera de todo margen de legalidad. Por eso es que existen admiradores tanto de Bono, del grupo U2, con su vida artística y filantrópica moralmente “correcta”, como de seguidores de Ted Bundy, el asesino serial estadounidense.
Ahora, sé que algunos me tacharan de reaccionario (y me siento cómodo con el término) pero no puedo adivinar qué cualidades positivas (ya sean de liderazgo o heroísmo, o siquiera de afinidad) pueda transmitir Joseph Ratzinger (a.k.a. Benedictus XVI) a ese enorme número de personas que hoy esperan el arribo de su avión. Quizá lo que despierte en tal cantidad de gente es lo opuesto. Tal vez lo admiran por malo. Pero si me incitan, tampoco veo cualidades negativas a las que aspirar… si alguien acepta que perteneció a las Juventudes Hitlerianas (encuadrado en un equipo de defensa antiaérea en Alemania) pero pone de pretexto que no lo hizo de propia voluntad, no está aceptando de manera total sus actos malos – sobre todo porque hubo quienes declinaron tal honor en la Alemania Nazi. Algo que Lord Vader no haría. El malo tiene que ser malo, malo, para ser admirado. A nadie gustan los malos tibios.
Además, a este señor ni lo elegimos popularmente (como a nuestros amados/odiados políticos), ni ha ganado la copa UEFA (como Messi), ni siquiera dio la cara por las víctimas inocentes de su organización. ¿Héroe? ¿Villano favorito?
No. La verdad, no. Es más, ni siquiera tiene cara de buena gente como don Karol.
Veremos. (Oh, si. Seguro que veremos la transmisión insufrible de las misas, de los políticos mexicanos haciendo caravana, de los golpes de pecho de la alta sociedad, y del derroche de nuestro dinero en visitas de los héroes. Héroes de no sé quién).
