Por Rogelio Rivera Melo.
Camino solo. Ando buscando una presencia que me dijeron que estaba aquí, en el monte.
Después de una hora bajo el sol ardiente uno se da cuenta de que no es nada.
¿Qué busco aquí? ¿Qué hace que alguien suba a una montaña en el desierto? ¿Introspección? ¿El llamado de la naturaleza? ¿Conocimiento ancestral? ¿Deber? Un poco de todo lo anterior, creo yo.
El calor es agobiante. Nadie dijo que llegar a la sabiduría era sencillo.
Llego a una colina. Comienzo a ascender. No es fácil. Pero siento que esté es el lugar que me indicaron, así que avanzo un poco más.
Trescientos ochenta y seis pasos desde la base de la colina. Llego a un terraplén. A lo lejos se aprecia el valle que atravesé para llegar hasta aquí. Hace falta recorrer una gran distancia para darnos cuenta de lo pequeño que somos y de cuánto nos cuesta aceptarlo.
Siento una especie de energía en el lugar. Intensa. Es esa sensación la que me convence para detenerme ahí. Busco un lugar en donde pueda sentarme.
Frente a mi, un enorme maguey reposa majestuoso. Tras él, el mundo del que vengo. Enorme, pero vacío y, hoy, sin sentido.
Meditación. Me cuestiono sobre lo que importa y no, sobre lo importante y lo banal, sobre la vida y vivir sin vivirla.
Llegan las respuestas. Pasa el tiempo. No sé cuanto.
Me levanto para emprender el camino de regreso. Tomo una fotografía. Y ahí están. Los veo ahora, pero no cuando la apunté con la cámara.
Aquí está la foto. ¿Los ves?
"¿A quién quieres convencer?" A nadie.
Lo importante es lo que uno crea.
Lo que tú creas.