El billete de lotería.

Jamás he sido apostador, ni compro billetes de lotería. Siempre pierdo en las rifas y, por suerte, nunca he ganado nada.

Hoy salí de casa.

Manejé por 16 minutos para entregar un mueble en casa de una amiga.

Después de varios minutos de maniobras de descarga, subí al auto para dirigirme, una vez más, al encierro impuesto por la pandemia.

Conduje por la calle sobre la que se encuentra mi escuela; pasé frente a los departamentos que se derrumbaron en el terremoto de septiembre de 2017. Y casi para llegar a la esquina de Insurgentes, lo vi.

Un hombre mayor sentado a la sombra de los árboles que adornan la división de la calle. En sus manos tenía varias tiras de billetes de lotería. Pero, por un breve instante, nuestras miradas se encontraron. Sus ojos eran de color miel, encuadrados por sendas arrugas en su piel clara. Unos ojos cansados, que apenas podían mantenerse abiertos.

Continué mi camino, pero no avancé más de diez metros cuando un pensamiento asaltó mi mente. «Tengo que comprar un billete de lotería».

Hoy es un momento en el que me caerían de perlas uno o dos millones de pesos. ¿A quién no? Y sentí que esa mirada era el mismísimo destino diciéndome «anda, arriésgate. Ven por tu dinero».

En la siguiente esquina pensé en hacer un giro en U para regresar a adquirir mi buena suerte. Pero la calle estaba cerrada.

Avancé hasta el siguiente cruce. Y ese breve trayecto extra me dio tiempo para reconsiderar el asunto.

Jamás he sido apostador, ni he comprado billetes de lotería, siempre pierdo en las rifas y, por suerte, nunca he ganado nada. Pero, eso sí, no tengo mala suerte.

Simplemente que creo que la fortuna no debe de adquirirse con dinero.

Di la vuelta en la esquina. Llegué a dónde estaba el vendedor y le di 50 pesos. Le dije que, si así lo deseaba, escogiera los boletos para los que le alcanzara.

A esta hora, ya sabría si fuera millonario. O no.

Pero, escribiendo este texto me doy cuenta de lo afortunado que siempre he sido.

Veremos.

* * *

Texto: Rogelio Rivera Melo

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