El Ejercicio de la Paciencia
Jueves. 11 de la mañana. Manejando sobre la Calzada de Tlalpan, camino al pueblo de Tepoztlán, Morelos, para llevar a cabo una diligencia legal.
Cuando pasábamos frente a la estación Portales del Sistema Metro mi teléfono sonó. Llamada de mi oficina. Como soy un conductor prudente – y respetuoso de la ley, contesté a través del sistema de manos libres.
Usted entenderá, lector, lectora, si en la siguiente transcripción los nombres han sido modificados para protección de los interesados.
-“Jefe. Soy Alfonso. Tengo una pregunta. ¿Dónde está el número de contrato de televisión por cable de la compañía?”
-“En mi agenda, Alfonso.”
– “Ajá… En su agenda. ¿Y en donde está su agenda?”
– “En mi escritorio, sobre el cajón lateral.”
– “Mmmm… Ajá… ¿Es la que tiene tarjetas adentro?”
– “No, Alfonso. Ese es el tarjetero. La agenda es una libreta forrada con cuero negro que está justo a un lado del tarjetero.”
– “Mmmm… Ok… ¡Ah! Ya la vi.”
– “Muy bien, ábrela en la fecha de hoy.”
– “Si.”
Pasan varios segundos.
– “¿En la fecha de hoy?”
– “Si, Alfonso, en la fecha de hoy.”
– “Pero en esta agenda solo hay fotografías.”
– “A ver, Alfonso. Esa no es la agenda. Esa es una carpeta con fotos. La agenda está ahí, con el tarjetero y la carpeta.”
– “Ajá.”
Pasan varios minutos. Minutos.
– “Alfonso. A ver… ¿Ya la encontraste?”
– “La estoy buscando, señor.”
Tengo que confesar que en ese momento – frente al Estadio Azteca – comencé a desesperarme.
– “Alfonso… Siéntate en mi silla y dime que ves frente a ti.”
– “Veo la computadora, la carpeta de las fotos, el tarjetero y unas libretas.”
– “Ok. Las libretas. Hay dos. Una negra y una azul. Abre la negra. La negra es la agenda.”
– “Ajá.”
Pasan minutos. Comienzo a golpetear en el volante con los dedos. Signo inequívoco de mi frustración. Inhalo profundamente. Exhalo lentamente.
– “Alfonso… ¿sabes qué es una agenda? Una agenda es un calendario en forma de libreta.”
– “O-ok.” – voz quebrada.
Llegando a la curva de Tlalpan para entrar a la autopista no soporto más.
– “¡Con un carajo, Alfonso! ¿Quién está ahí, contigo? ¿Está Paola?”
– “Nadie, señor. No hay nadie.”
– “Pues cuelga. Ve a buscar a alguien, más. De otra oficina. Llámale al químico. Cuando esté ahí me vuelves a llamar.” – Y cuelgo.
Termino la llamada. Golpe al volante. Tres respiraciones profundas. Cinco o seis palabras altisonantes.
Pasan minutos. Al llegar a la caseta de peaje para entrar a la autopista llamo a mi oficina. Me contesta Alfonso.
– ¿Qué pasó, Alfonso? ¿Ya fuiste por alguien?
– “Si. Ya está aquí el señor químico. Lo pongo a la escucha.”
– “Químico, necesito un favor. Quiero que busques mi agenda y la abras en el día de hoy”.
– “Si, claro”.
Cierro los ojos en lo que avanzan los vehículos en fila para cruzar la caseta. Suspiro. Empiezo a pensar que la agenda no está en mi escritorio. Quizá el equivocado soy yo.
– “Ya está, Roy. ¿Qué necesitas?”
– “¿Estaba ahí? ¿Mi agenda?”
– “Si, junto a la computadora”.
– “Ok. A partir de la fecha de hoy, retrocede tres días y en un papel amarillo está anotado el número de contrato de la televisión por cable. Dáselo a Alfonso, por favor”.
– “A ver. Listo. Aquí está. Se lo doy a este muchacho”.
– “Gracias, químico. Te lo agradezco mucho”.
Cuarenta minutos después. Cuarenta. Y tengo testigos del hecho.
¿Cree usted, amigo, amiga, que ya pasé la prueba de paciencia? Yo no.
Al día siguiente tuve que ir a Guanajuato. Sobre mi escritorio, y pegados en las superficies, ahora hay etiquetitas de colores llamativos que dicen “Agenda”, “Tarjetero”, “Computadora”…
Veremos.
Epílogo.
1. La semana pasada mis mejores amigos me anunciaron que serán padres. Omar, te felicito pero deja de beber alcohol; Maru te felicito pero toma TODO el ácido fólico necesario. No queremos un Alfonso en la familia.
2. Membel, Perla, Madga y todas mis lectoras que son madres. Sé que los hijos a menudo nos hacen enojar, nos desesperan o nos sacan completamente de nuestras casillas. Ténganles paciencia. Les puedo alquilar a Alfonso por dos o tres horas. Bastarán.
3. Todos mis lectores y lectoras que son jefes, compañeros, o subordinados de un Alfonso… sonrían. Ahora que pueden. Mañana quizá no tengan trabajo por culpa de Alfonso.
4. Alfonso… ¡Carajo, Alfonso!