“Detox Electrónica” o comer sin “checar” el celular.
Llegó a mi celular – vía mensaje electrónico – una invitación para asistir a una comida de fin de año. Cuatro parejas de amigos compartiendo la mesa por última vez en 2012.
Llegamos a un popular restaurante en el sur de la ciudad de México… demasiado popular. Tuvimos que esperar casi una hora para poder recibir mesa. Obviamente, mientras esperábamos tanto tiempo, se hicieron presentes los teléfonos inteligentes. Hay fotografías de todos nosotros con cara de desesperanza y hambre, además de las consabidas “Actualizaciones de Estado”.
Cuando al fin recibimos la invitación a pasar al local y después de sentarnos en la mesa tuve la oportunidad de realizar un experimento social. Uno simple, pero directo.
“Todos ponemos el celular en el centro de la mesa. Hagámos un montón con ellos. La primera persona que tome el suyo, paga la cuenta”.
Las miradas fueron de extrañeza… algunas de espanto. Hubo quién se quejó de la falta de cámara para “documentar” fotográficamente el evento. A lo que respondí sacando una pequeña cámara digital, con lo que se acallaron las voces de protesta. Y así, todos – los ocho – aceptamos.
Durante el tiempo que duró la comida, aunque alguno lanzó una furtiva mirada a la pila de teléfonos móviles, nadie se atrevió a tomar el suyo.
Disfrutamos los alimentos, uno de nosotros se levantó a bailar al ritmo de la música, tomamos fotos del evento, y la pasamos excelente. Sin teléfono. Sin llamadas. Sin redes sociales. Sin una atadura electrónica que – aunque pocos lo reconocemos – está ahí, capturando nuestra atención en cada momento.
Al final, cuando cada quién pagó su porción en la cuenta, todos recogimos nuestros aparatos. Y volvimos a respirar. Alguién dijo “Uy, nadie me habló ni me mandó mensaje”.
Durante ese tiempo estuvimos “realmente juntos”. Y hace mucho tiempo que no lo hacíamos – sin interrupciones para “dar check-in”, “tomarle foto a nuestra comida” o decirle a Facebook qué pensábamos.
Debo agradecer públicamente a mis amigos por ese momento. Fue algo muy retro. Pero muy personal.
Creo que demostramos que “Sí se puede” vivir – al menos por dos horas – sin la “inteligencia electrónica” actual.
¿Usted, estimado lector, lectora, qué piensa de esto? Nos interesa saber.
Y si quiere divertirse un rato – o mortificarse – intente este experimento alguna vez. Quizá coma gratis… O pague la cuenta.
Veremos.
